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La ceremonia tardía
Grapa con miel, la parte más invisible del
vino, siglos de pies manchados y prensas amarillentas de tanto licuar desechos,
la copa pequeña en la mesa verde del bar, las marquesinas grasientas, como
destellando el sol que refleja la única botella pardusca, al lado del farol
amarillo y el trapo que huele a lavandina. Detrás aparece un cuadro de Gardel
en tonos sepias, adherido con sedimentos de lana gris desperdigada a lo largo
del marco, la inmensa y apacible tela de araña entre los vitrales, como si
fuera parte del cuadro, parte de lo cotidiano mismo, esperando que algo suceda,
acaso la antelación de un poema sin ocurrir.
Herrumbro la fuga en el
alcoholico tintineo de los dos cubitos de hielo, el gesto mecánico, cada vez
que alguien entra sacudiendo las cortinas azules, como si despejara un
recuerdo, levantando la mano con la mirada perdida. En el recinto irrumpe un
viento sordo, un murmullo con algo de sol, semejante a una epifanía. Mirando estas cosas sin saber nombrarlas,
pienso en la espera de un “ejercicio narrativo”. Es la hora carmín de los
destellos de luz entre la polvareda de lo que declina. Y algo parecido a una
borrasca pinta de violeta mi silente camino.
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