El hilo que pende
del piélago morado de la habitación, la luz amarilla de antaño, la mera
conjetura. Hoy divago desde lo mullido de una posición horizontal, el vaso en
la mano, los tiempos circulares que el vértigo no pudo horadar, ilustrar una
espiral sin fondo –quien de todos! – blanca espesura, pertenecer al claustro de
los invisibles sin rostro, fotocopiar una existencia dentro de un sistema,
saber que siempre tendré un amparo, un techo donde escuchar el repiqueteo de
una lluvia de verano. Ah! el dulce elixir, arrojo un cubito de hielo al vaso
oscuro y violeta, pienso en el recorrido del día –acaso amanecer y sucumbir–
cumplir con la jornada, sacarse los zapatos bajo la luna, recoger moras de un
árbol frondoso.
Detrás de todo esto
hay una cortina color ceniza, un televisor que creo estar mirando, la
posibilidad de un discernimiento. Me quedo pensando en el hecho de “poder ver”
lo que encierra una escritura, se necesita algo más que comprensión lectora y
capacidad de esbozar una crítica objetiva (tuve por intención escribir “subjetiva”,
bien sabemos que no es lo mismo) y así separar las malezas, desmalezando
literatura, planos filosóficos, escuetas construcciones.
Hallar una
hendidura, donde poder desbrozar la apariencia de un desasosiego, aquí donde la
subjetividad ofrece hilaturas anudando conceptos invisibles ¡bien las hemos
visto! destruyendo adjetivos que permitan trazar un relato sin algoritmos, un
modo de fijar la realidad, un lugar con murmullos –“porque todo el mundo
escucha voces” – esos segundos antes del alba, sabiendo que no estamos del
todo solos en este mundo, es entonces que escribo sobre el amor sin
mencionarlo, porque todo me ocupa, porque todo me lastima.
Ah! el jardín resplandeciente,
las amapolas que se sostienen en la nostalgia, el último trago que nunca bebí,
y estos resquebrajos, estos límites que no puedo, estas celdas que no, meras
disquisiciones morales, un viento sin nombre, la posibilidad de una esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario