sábado, 23 de noviembre de 2013

Cuando se sabe que no se sabe...

Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras,
                                            pero no lenguaje,
Parto hacia la isla cubierta de nieve.
Lo salvaje no tiene palabras.
¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!
Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.
Lenguaje, pero no palabras  

De marzo del 79
Tomas Tranströmer

1° parte:
Acaso me convertí en un mero compilador de rechazos y nimiedades, ofrecí una obra  fragmentaria, me aproximé a jardines abandonados queriendo encontrar en los helechos y madreselvas un tono que revelara cierto desdén por las estructuras y la prosodia. Una biografía escueta, la promesa de un artefacto hecho de palabras y nunca de afectos ni perceptos, nada riguroso, apenas un diario con anotaciones, la fijación de suposiciones desarticuladas, probablemente un mal entendido.

Este fárrago de vanas constelaciones apenas me sostiene, en ellos pretendo ver, bajo mínimas lecturas, un modo sutil de cultivar una seráfica construcción. Tomar nota de mis conversaciones, cuidar la sintaxis, saber que no sé (en definitiva), que eso es todo lo que pueda decirse. Una diminuta y oscura nulidad, y sin embargo los textos “en esquema de relatos”...

2° parte:
Digitar ecuaciones sobre la superficie de las cosas. Trazar un basamento. Me pregunto si acaso los símbolos solo se advierten fijando los sentidos en un punto abstracto, aquello que determina ciertos patrones de entendimiento. Analizar desde las esquirlas el impacto directo de una idea ¿De cuantas capas se compondrá lo que entendemos como realidad?
No pretendo citar sobre encriptaciones o mensajes subliminales, en toda pirámide hay una raíz que luego se desconoce, quedan ladrillos donde antes hubo tubérculos, digamos que la comprensión de las cosas, la única comprensión visible, es ir hacia lo alto.

3° parte:
Ahora escucho de fondo el ruido de una máquina de cortar pasto, intento filtrar ese sonido en esta escritura, como un sesgo, que atraviese un espacio de construcción, finalmente irrumpe un estado de afonía, una atmósfera blancusca, como una bóveda envolvente, nada que infiera un pequeño rapto de palabras filosas, palabras que cortan pasto, conjeturas...

Sin embargo trazo la línea que divide ambos planos, me quedo observando el artefacto de palabras, agrego variaciones, vuelvo a empezar, vinculo un bloque de amontonamientos con algunas nubes grises (una fuga que no es, versos horizontales sin estructura, un hiato como un puente roto, broquelando figuras), luego arrojo una serie de versos que nada dicen del comienzo... y es entonces que empiezo a saber, inclinando el rostro, que no sé cómo pude erigir este sistema de laberintos. Yo ¿qué es el yo? – estoy atrapado en mi propia construcción, de la cual cuestiono toda intervención (esto es lo que viene después, sentarse a conversar sobre lo que se ha hecho, sin que nada de lo explicado desarticule lo articulado).

Cuando se trata de escribir y nada más ¡lejanos tiempos! Mientras los lectores nadan en las variables que nunca se estudiaron. Tan solo se trata de un puñado de aproximaciones estéticas –palabras, pero no lenguaje– y nada por cultivar en la espesura, como cuando nos encontramos con mesetas áridas, plausibles de ser profanadas mientras vamos hacia el horizonte –Lenguaje, pero no palabras

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