Repisas con libros de botánica y jardinería, me habitué esos
días a leer sobre hortensias, josefinas, abetos plateados, pinos, Rosa de Siria, Santa Rita, lilas, glicinas, jacintos, narcisos, azucenas,
dalias, lirios azules, naranjas o pardos, anémonas rosadas, margaritas, varas
de oro, cardos, orquídeas, verbenas, me detenía en las campanillas violetas y
amarillas, con forma de gladiolos curvados y pequeñas espinas en los tallos,
campánulas blancas con tintineos macilentos (enraizados en altos jarrones
vegetales, veteados con fina pedrería), o en los mosaicos cubiertos con telas
de rosas y claveles, que acompañaban las imágenes junto con las enredaderas de
la ventana, la lista era inmensa.
Alguna vez me detuve en la pintura, descubrí la
abstracción y lo abigarrado, pero también la piedra, el mármol, figuras
talladas en cuencos de barro, y los murales (Ah! Pollock), nombres propios
rodeados de pinceles, largas mesas manchadas, planicies verdes, óleos cargados
de frutas ambarinas, las flores de los duraznos, el único girasol inclinado en
el jarrón vidrioso de la habitación descascarada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario