Uno se va forjando con las lecturas, invariablemente
asociamos adscripciones, según los matices que se presentan en la periferia de
un plano frecuentado en horas solitarias. Aquello que ocurre, bajo figuraciones
abstractas, donde acaso somos las correspondencias dentro de las variables,
ideas intercaladas en los párrafos, sintiéndonos parte de la trama.
Por eso,
cada vez que hay mucha niebla, como en estos días húmedos, pienso en
lo que escribió José Saramago en el Evangelio según Jesucristo, imaginando en
que parte del camino Dios y el Diablo discuten sobre teología sentados en una
barca, seguramente sin ponerse de acuerdo, en este tiempo que parece
suspendido, por reglas que antiguas deidades inventaron –aquella piara de
razones precipitándose al mar– cuando todo lo nuevo estaba por ocurrir.
sábado, 31 de mayo de 2014
jueves, 29 de mayo de 2014
Invisibilidad
Los ojos
duelen, anestesiado como estoy por unos auriculares donde escucho noticias del
atardecer, se tratan de nubarrones que balbuceo en un papel -estas
disquisiciones: un puente donde mirar los charcos, niebla de los árboles negros
donde frecuento lugares comunes- porque mi vida es una pequeña curva que
transito con los pies cansados (eso que parece tan conveniente musitar, bajo la
apariencia de una soledad creativa). Seguramente exagero, los amplios círculos
me incomodan, hay que detenerse en lo aparente: las intermediaciones y esa
tensión probablemente invisible de verbalizar ideas. A veces, en la mesa de un
bar que nunca existió, me encuentro sentado en medio de voces altisonantes,
abordando conjeturas desde una periferia (que nunca se aproximan al umbral de
la sentencia), a veces dejo de lado esa invisibilidad, imaginando que pago la
cuenta y me alejo de los fantasmas para sentir la brisa fresca de la calle,
luego me acostumbro a que las cosas nunca resultan del todo amenas, pronto
llega esa especie de reparación frente al espejo de un baño vacío, donde a
pesar de todo me reconozco parte de la sociedad -allá lejos los murmullos, las
manchas de humedad en el espejo grasiento, los gestos mecánicos- después
llegará lo de siempre, abrir la puerta de casa, jugar con mi hijo, conversar
con mi mujer, y mirar un rato largo el techo resquebrajado de la habitación a
la noche, con los ojos vencidos -porque siempre hay que tomar decisiones- hasta
quedarme dormido.
jueves, 15 de mayo de 2014
Voces
Me quedé sin computadora el fin de semana, opté por leer al azar
unos versos de Osvaldo Lamborguini, el hecho me llevó a pensar en las complejidades
que los textos presentan –un poeta que conversó consigo mismo, o a lo sumo que
pensó en voz alta, pero se le ocurrió escribir lo que pensaba, y ese simple acto
arruinó la existencia de algunos lectores ¿poetas?– pienso en quienes bebieron
de las orillas de Heráclito, aquellos que podían decir “me gustó lo que entendí, pero también lo que no entendí”, entonces
ciertos poemas de Lamborguini me saben arborescentes, herméticos, disruptivos, viscerales,
satíricamente ígneos, luminosos, barrosos, llenos de estiércol, acaso
fulminantes, un sinsentido hacia adentro, la luz en el pasillo de la casa del
poema donde apenas advertimos sus jardines, las escupidas en las esculturas, el
oprobio, el barroquismo, la escatológica irrupción de la realidad, desbrozada
contexto por contexto, atravesada por feroces imbricaciones, porque todo en
Lamborghini se conceptualiza en plural.
Vaya un poema.
Raschella in the night (para Sergio Rondán)
Ese sofisma –tu alma– no te lo devolverán nunca.
lo robaron robándolo, lo robaron
ladroneándolo –y escribiéndolo.
Ese sofisma ha muerto para que estés vivo
(“Dios mío, lo horrible”).
Y las mujeres no hablan de Miguel Ángel.
Quieren acercarse al pibe, a Rimbaud, pero
no: no hay tiempo, ¿o está muy lejos? (“Dios mío,
lo horrible”). Alfred Jarry Phinanzas, ministro de
Economía y su candela verde, pábulo no hubiera, no habría dado
a tanta catástrofe.
Estrofa
No va a venir a enseñarme ahora a poner las cosas en su debido
lugar (¿a mí?).
Lo que digo (“Dios mío, lo digo”) horrible.
Y semanas, no sememas, y meses y años. Un día.
Un día día.
Se acaba el cuenco de las manos: puf, agotado.
Morir es una flor.
El clavel del aire.
Clavado en su aroma yex, ex tinto.
Si los maestros no quieren enseñar, debo hacerlo yo.
Y si lo digo, día. Ah…,lo horrible:
mi Dios mío.
Seis antorchas encendidas en una habitación vacía y golpeando
(todavía más)
todavía más la blanca
luminosa
enceguecida
cal del muro.
Quise mi templo y lo tuve, así
(como quiere a
mi Dios y lo tuve)
No: jamás minúsculas.
Estrofa
Ese silogismo (igual: estoy harto)
Que los hombres, Sócrates, sean mortales.
Que los perros relámanse avec la Teoría
– o la Doctrina.
“Pero, ¿cómo hay que robar?”
–Dios mío: robando,
robando.
Osvaldo Lamborghini (29 de octubre.1980)
del
libro Poemas, 1969-1985
(2004 con edición de César Aira)
Me interesa la sintaxis
de este poema, y la particularidad de la puntuación:
comillas,
itálicas, paréntesis, repeticiones, puntos suspensivos, guiones, separación de
palabras, como bien dice Ezequiel Alemian “en
la poesía de Lamborghini la escritura se vuelve contra sí misma, borrando sus
puntos de sostén, sus articulaciones. Es una escritura constituida por las
grietas que amenazan con desmoronarla. ¿O es que nunca alcanzó a constituirse?”
Leer a Osvaldo Lamborguini –como a Leónidas, su hermano– puede resultar una práctica
desconcertante, el objeto que ofrece parece imbricado de referencias múltiples
que permanentemente producen esquirlas, que son las marcas con las cuales
probablemente pueda orientarse el lector en ese entramado poblado de sutilezas.
Alemian agrega mayor claridad al estudio: “El uso de diferentes tipografías y tamaños de letra, las
ya mencionadas operaciones a que somete a las palabras, la particular y
enfática utilización que hace de los signos de puntuación tienen como efecto, a
la manera de Mallarmé, la descomposición de la superficie poética en una serie
de planos que se despliegan simultáneamente, pero que acá sólo se hacen
visibles en el momento en que se intersectan. Como si en vez de haber una sola
voz poética, hubiese una por cada plano, y la poesía de Lamborghini estuviese
constituida por esos momentos brevísimos en que las distintas voces dialogan
entre sí. De ahí el carecer dispersivo y disruptivo de sus poemas, pero también
cierto rasgo fonológico: la poesía de Lamborghini es la de alguien que
continuamente escribe hablando consigo mismo”.
Comparto una apreciación más del poeta, acaso visible en los sucesivos abordajes, una gran tristeza atraviesa toda su poesía.
Comparto una apreciación más del poeta, acaso visible en los sucesivos abordajes, una gran tristeza atraviesa toda su poesía.
sábado, 3 de mayo de 2014
Reconocimiento...
Hay quienes al final de una extensa vida reciben una lapicera como
reconocimiento a toda una obra, es una costumbre académica que suele ocurrir en
algunos claustros universitarios, instalada desde el fondo de los tiempos en
entornos áulicos como testigos mudos, una celebración silenciosamente emotiva,
que dice mucho tanto del que entrega la lapicera, como por supuesto de quien la
recibe en su mesa. Hay un recorrido tan extenso como la vida misma en ese acto
de dejar el mínimo objeto en la mesa de un hombre de ciencias o tal vez de
letras, premiado y aclamado por multitudes agradecidas, que acaso anhelaron
idéntica suerte desde las escrituras de sus propios manuscritos.
Hay una película que muestra el momento exacto en que
ocurre este hecho simbólico, se trata de “Una mente brillante”, sobre la vida
de John Nash, Premio Nobel de Economía en 1994.
Detrás de toda construcción duerme en algún recóndito el
anhelo por ser reconocidos.
Pienso en las propias acciones y sé que nunca recibiré esa
lapicera al final del camino. Puedo decir que luego de haber estudiado una
carrera terciaria me he dedicado a conversar conmigo mismo, porque desde
siempre escuché voces, y no quise hacer otra cosa que escribir sobre esos
murmullos. Evité la construcción, para luego cuestionarla.
En el medio el tiempo ha pasado con sus variables a
cuestas, pienso en la negación de la poesía como forma de construcción, porque
ando queriendo desmalezar el concepto de otredad, y no hago otra cosa que
balbucear ideas mientras me sirvo un vaso de vino bajo la luna, y así, de vez
en cuando, detenerme unos instantes para publicar estas cosas.
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