jueves, 29 de mayo de 2014

Invisibilidad


Los ojos duelen, anestesiado como estoy por unos auriculares donde escucho noticias del atardecer, se tratan de nubarrones que balbuceo en un papel -estas disquisiciones: un puente donde mirar los charcos, niebla de los árboles negros donde frecuento lugares comunes- porque mi vida es una pequeña curva que transito con los pies cansados (eso que parece tan conveniente musitar, bajo la apariencia de una soledad creativa). Seguramente exagero, los amplios círculos me incomodan, hay que detenerse en lo aparente: las intermediaciones y esa tensión probablemente invisible de verbalizar ideas. A veces, en la mesa de un bar que nunca existió, me encuentro sentado en medio de voces altisonantes, abordando conjeturas desde una periferia (que nunca se aproximan al umbral de la sentencia), a veces dejo de lado esa invisibilidad, imaginando que pago la cuenta y me alejo de los fantasmas para sentir la brisa fresca de la calle, luego me acostumbro a que las cosas nunca resultan del todo amenas, pronto llega esa especie de reparación frente al espejo de un baño vacío, donde a pesar de todo me reconozco parte de la sociedad -allá lejos los murmullos, las manchas de humedad en el espejo grasiento, los gestos mecánicos- después llegará lo de siempre, abrir la puerta de casa, jugar con mi hijo, conversar con mi mujer, y mirar un rato largo el techo resquebrajado de la habitación a la noche, con los ojos vencidos -porque siempre hay que tomar decisiones- hasta quedarme dormido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario