sábado, 28 de junio de 2014

Un ir hacia lo que


La fría neblina de la mañana no me impide ponerle llaves al candado, he tomado notas arborescentes de un piélago amarillo en una ciudad de cemento, abstraído en el contexto de una palabra, donde suelo mecer los graznidos de mis aproximaciones.
Huelgan sombras huesudas entre los ramajes yertos, es el invierno, la parte del año donde los nervios quedan adheridos al barro, sabiéndonos poleas de la gran máquina vertebrada, ese pertenecer que es a la vez toda anulación de sí mismo, ese darse cuenta…

Cada vez más me cuesta elevarme por entre los hombros tiesos, pero soy consciente.
Los pájaros trazan una línea precaria en el horizonte, un costado de rosas (Viel Temperley) y un costado de fósiles, pienso en los antiguos que escribían largos textos de adivinación interpretando el vuelo de las aves, todo era una variable afanosamente sojuzgada, un sol pintado en la piedra, un mortero donde machacar plantas, el cielo amplio y la soledad.

Debería escribir en bloques, yuxtaponer planos obliterando inconexiones, y no ya extender la única línea que serpentea como en un páramo. Evadirse de este trabajo implica un desdén o una incapacidad hacia la construcción sintáctica, es preciso que en el acto de fugar hacia delante, el texto pueda anular su propia naturaleza, entonces sería posible tomar elementos que permitan complejizar un sistema de escritura.
Ahora mismo se hace visible mi evidente desarreglo del sentido, tan solo poemas en esquemas de relatos, la prosa que se pierde absorta en su propia divagación.

Todo es un ir hacia un bosquejo iridiscente que pretendo tañir como una campana. Es lo único que impide cerrar para siempre las hojas de todos estos días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario