Acabo de subir al altillo con la idea de tirar cosas a la calle:
textos académicos desactualizados, una computadora vieja con su disco rígido
intacto, negativos de fotos familiares, fotocopias de fotocopias, una lámpara
de pie, un ventilador chico, y vaya a saberse cuánto más.
En un momento vi una caja y la abrí, estaba llena de cuadernos con
manuscritos, copias de poemas, servilletas anotadas, mamotretos, artefactos,
escrituras...tiene que ver con mi adolescencia febril de autómata obsecuente,
cuando considerarse poeta no era más que un secreto que apenas podía musitarse,
tengo recuerdos permanentes de esa época, me bastaban pocas cosas, pero no
hacía nada por el futuro, me dejaba vivir en una especie de inercia creativa,
no entendía nada de política ni de economía, las cosas simplemente pasaban y a
lo sumo, de vez en cuando, el agua caída en la alcantarilla simbolizaba mi
quebrantable impavidez y mi aparente desasosiego, porque nunca se sabía que
estaba pensando, porque siempre estaba en otro lado, porque de algún modo
escuchaba voces y todo lo que sentía que valía la pena era conversar conmigo
mismo, escribir textos verticales, mirar la noche callarse.
Yo nunca se nada, y probablemente sea un modo de entender estas
líneas, porque el hombre va declinando allí donde el joven recogió sin prisa un
puñado de promesas, y nunca pensó que el mañana llegaría con una mentira
envuelta en un paquete lacrado.
La mentira de mi propia construcción.
Porque
acabo de darme cuenta que lo realizado muere con su tiempo.