sábado, 28 de marzo de 2015

Lo que muere con su tiempo


Acabo de subir al altillo con la idea de tirar cosas a la calle: textos académicos desactualizados, una computadora vieja con su disco rígido intacto, negativos de fotos familiares, fotocopias de fotocopias, una lámpara de pie, un ventilador chico, y vaya a saberse cuánto más.
En un momento vi una caja y la abrí, estaba llena de cuadernos con manuscritos, copias de poemas, servilletas anotadas, mamotretos, artefactos, escrituras...tiene que ver con mi adolescencia febril de autómata obsecuente, cuando considerarse poeta no era más que un secreto que apenas podía musitarse, tengo recuerdos permanentes de esa época, me bastaban pocas cosas, pero no hacía nada por el futuro, me dejaba vivir en una especie de inercia creativa, no entendía nada de política ni de economía, las cosas simplemente pasaban y a lo sumo, de vez en cuando, el agua caída en la alcantarilla simbolizaba mi quebrantable impavidez y mi aparente desasosiego, porque nunca se sabía que estaba pensando, porque siempre estaba en otro lado, porque de algún modo escuchaba voces y todo lo que sentía que valía la pena era conversar conmigo mismo, escribir textos verticales, mirar la noche callarse.

Yo nunca se nada, y probablemente sea un modo de entender estas líneas, porque el hombre va declinando allí donde el joven recogió sin prisa un puñado de promesas, y nunca pensó que el mañana llegaría con una mentira envuelta en un paquete lacrado.

La mentira de mi propia construcción.
Porque acabo de darme cuenta que lo realizado muere con su tiempo.

jueves, 26 de marzo de 2015

Pregunta


Alguna vez, el filósofo Dario Sztajnszrajber contestó lo siguiente sobre si tuviera la posibilidad de encontrarlo a Dios en su camino:

"Si Dios existiera le daría un tiro en medio de la frente"

En tren de imaginar que pasaría si a Dios lo tuviera delante mío, creo que solo le haría una pregunta:

¿por qué?

sábado, 21 de marzo de 2015

Robar el fuego del poema


Se que puedo borrar todo esto, empezaría por la desazón del vaso frío, con el amarillo tembloroso del hielo en el alcohol, la mesa redonda donde hay algo que ocurre o parecer ocurrir, este simulacro de encontrarse en medio de un páramo para dirimir razones del poema no nacido, y acaso se trata de rizomas obsecuentes y múltiples, que tienen alguna relación con las arborescencias sostenidas débilmente en planos imprecisos ¿pueden ser imprecisos los planos? He allí la estructura dinámica que no semeja una estructura, simplemente es un sesgo que avanza a una velocidad inconducente, donde difícilmente se pueda enhebrar una sentencia. El vaso va terminando y la noche es lo que otras veces fue, un irse en círculos hacia los páramos luminosos y las botellas ardientes y las risas estentóreas, el camino arbolado lejos de las luces que chirrían, pensando en la espera de alguien o en la mirada eléctrica de una desconocida, eso que sucede cuando los años recién comienzan y la noche nos pertenece, en ese rapto se van mis horas acaso nostálgicas, pero vuelvo al cuarto de verano con el vaso de ginebra en la mano, el ruido de un auto lejano y el televisor encendido, la vida plena que elegí vivir, sin embargo el rumor del tintineo me detiene en antiguos sopores, y todavía en la vida!

Robar el fuego del poema y ya, avanzar disruptivamente –inapropiada palabra– donde poder contemplar mesetas ¡quien las comprendiera! Y luego mirar el camino allanado, una lámpara de estación debajo de la cabeza, el sol que se oscurece en la última línea rojiza de campo, melancólico intervalo donde nada sucede.

Es la entresala de los subterfugios vanos –aparatosa construcción- ulular de los buhos invisibles y el vino derramado, sostenidos por la piedad, solo un bosque detrás, y este devenir, tan precario, anunciando destellos bajo la luna inmensa.

sábado, 14 de marzo de 2015

Ovillos de poemas


Un declive de sol en el páramo del atardecer.

Busco entre mis cosas algún bosquejo de los que han mutado en ovillo, pretendiendo una hilatura que atavía la visibilidad de un sesgo desde la concordancia de un esquema conceptual. Poemas como quebrantos urdidos en tiempos breves, es bajo ese aparejo donde me asomo, la ventana que cruje, los techos de paja desprendidos y los espinos de la periferia.
El viento del este trae briznas de un verano que se aleja, allí donde nace el día y se oscurecen las casuarinas en el borde quejumbroso del jardín (un plano inclinado en tono violeta, bordeado de colgajos rosados).

Me elevo por entre las grietas de las cornisas, el agua que nunca entró en la casa de la infancia, las tejas puestas una encima de otras, con un clavo atravesando la madera y la quietud absorta de la tarde incandescente, el musgo descuidado de los años, porque allí no llegan las escobas que huesudas manos empuñan desde abajo, ni hace falta que el decorado del tiempo las encuentre pálidas y anaranjadas. Mientras tanto el sonido de un reloj arboreció la singuralidad de lo callado.

Somos como las sombras que se trepan a los tejados, en un momento en el que el sol se parece a una serpiente que repta sobre si misma, hasta ataviar los pormenores de toda penumbra.

sábado, 7 de marzo de 2015

Un ejercicio de idoneidad


Un ejercicio de idoneidad, atravesando lo que se urde bajo riesgo de no admitir la construcción de un simulacro. Haber entendido los intervalos donde ocurre lo recurrente a la hora de circunscribir un anatema, aboliendo la preexistencia de una sentencia literaria.
Toscos lienzos manchados de pintura, el cuadro borroso donde apenas comprendemos la sintaxis, allí donde es cuestionado el sentido de los márgenes poblados de anotaciones, que otros adelantaron en regias estructuras, que apenas pudimos reciclar. Saber que el destello lumínico en la ventana es parte de la ficción que sobrepasa los marcos de las creaciones afiebradas, y como se ve, no somos más que sombras pretendiendo hilvanar la envoltura de una idea.

Vaya el respeto a los que desbrozan las madreselvas bosquejando en el intento una luz demasiado clara, para así tornar conceptuales toda disquisición y toda simetría.

De este modo, las figuras retóricas se amalgaman en densas concepciones cuyos raptos habilitan discernimientos ontológicos urdidos en espiral, acaso el momento en que nace el poema crítico, cuando todo lo que anhelamos es el trazo urgente en la inmensa hoja blanca.