sábado, 29 de junio de 2024

Lo que es permeado en la hora del sosiego

En este devenir, en donde parece que el no-hacer permea las conceptualizaciones urdidas en  contextos invisibles, el día se inclina sin preocuparme del todo, porque estoy en el borde de algo que puede ser una orilla, un murmuro o una débil exclamación disfrazada de conjetura.

porque acaso el atardecer -este, el del poema- se asemeja a una curvatura donde termina todo aquello que uno cree abandonar.

entonces parece que entiendo el devaneo del problema que aparenta no tener un origen, y sin embargo, siempre hay un antes en esa lógica, tan irremediable como sagrada.

es la calle de siempre, que transito a la misma hora, bajo una luz blanquísima, cerca del prado que alguna vez soñé.

viernes, 21 de junio de 2024

Lo que aún queda por cruzar

una calle de otoño, las gotas de cristal suspendidas en el cable de teléfono, una puerta manchada de sal, el camino blanco atravesado con huellas de barro, el mar ceniciento, el viento que mueve la ventana, el conjuro de un amparo sin edad, acaso las ramas...

el charco por cruzar, hasta la casa ajena, donde alguien enciende una lámpara.

sábado, 15 de junio de 2024

Mientras trenzo un cesto con espigas doradas

Parece que hago cestos con espigas doradas, de esos que semejan ser canastos del universo, donde se juntan verdades sin rostros, vacío de los nenúfares que atraviesan las redes bajo la cósmica bóveda de la infancia, sin poder nombrar un médano, sin saber callar tu nombre.

A estas horas, siempre hay una ventana que se cierra, y puedo ver entonces, libre de mi sombra, la tibieza de un mueble con sus repisas llenas de platos, y un pez de cerámica sobre el umbral de la puerta. 


viernes, 7 de junio de 2024

Este crescendo de oleajes

este crescendo de oleajes de papel que se arrullan en la infancia, un color que aparece cuando cierro los ojos, y una niebla que lo cubre cuando despierto.

una línea que no corresponde, el párrafo entero de una oración que apenas sostiene la candidez de un adjetivo, un globo rojo que se suelta en el horizonte, un niño quieto en el crepúsculo.

no sé dónde me lleva este puente de vejeces moradas en el que sitúo un breve atardecer, las casuarinas que cuelgan de un tejado olvidado, las ciruelas rodeadas de canteros amarillos.

abrir una puerta blanca, con sábanas secándose al sol, un viento que todo lo envuelve, cortar por primera vez una manzana.


sábado, 1 de junio de 2024

Por dentro del poema


Raudo, entre los márgenes donde antecede lo que se calla, parado en una estación de servicio en el exacto momento que algunas nubes se juntan en un rescollo (esa palabra que no existe), suspendidas con cierta gracia, sobre el fondo anaranjado del cartel luminoso, que corta en sus bordes lo amarronado de un péndulo invisible, bajo un marco pintado en tonos  bermejos.

acaso los limoneros y las lilas, esa puerta que oblitera el paso de la infancia.

Siempre pienso que habrá razones para problematizar el cuerpo de un poema, que lo puedo ver por dentro, como una calabaza de vidrio o un hueso tallado en un cuenco, 

y que no debería preocuparme,

pero sé que me olvido, que al final del día me conformo con el sol que entibia la ventana, la imagen sin tensar de ese destello que no es destello, inclinado en la mesa familiar, trepando hasta una cesta llena de manzanas, con un ángel de cerámica que mira hacia un silencio que acaba de pensarse.