En este devenir, en donde parece que el no-hacer permea las conceptualizaciones urdidas en contextos invisibles, el día se inclina sin preocuparme del todo, porque estoy en el borde de algo que puede ser una orilla, un murmuro o una débil exclamación disfrazada de conjetura.
porque acaso el atardecer -este, el del poema- se asemeja a una curvatura donde termina todo aquello que uno cree abandonar.
entonces parece que entiendo el devaneo del problema que aparenta no tener un origen, y sin embargo, siempre hay un antes en esa lógica, tan irremediable como sagrada.
es la calle de siempre, que transito a la misma hora, bajo una luz blanquísima, cerca del prado que alguna vez soñé.