jueves, 6 de mayo de 2010

Sobre los poetas y las menciones ilustres

Los poetas avanzan por sus obras y se sostienen en las exaltaciones que otros hacen de su recorrido, siempre el final se descubre que alguien transitó mucho el improperio de la palabra, y acaso una infeliz ambivalencia, la sombra andrajosa es embadurnada con un rostro de bronce, como si su empantanada existencia necesitara, por designio de aquellos que emprenden lo que no recorren,  escrutar un destino con letras de oro, puro como leche, amparado en la dulcísima voz de un quebranto, un suave acontecer en la mirada, y un andar áureo, medido sin tiempo, inmaculado…

Pero no, la realidad suele ser otra, la realidad es que, bajo la púrpura y la mitra del título otorgado, el poeta recoge su hambre y su angustia de mañana, y entonces aquello que ve, no es otra cosa que la marquesina de lo alejado –lo alejado de sí- que otros han edificado con su extravío, y desordenadamente, enciende una lámpara y aúlla el temor de su sed, arroja sus volcanes, come de sus mendrugos hasta extasiarse y dejarse vencer por el sueño. Un sueño compasivo con una mirada indulgente.

Al amanecer, el ciudadano ilustre, hurgará un pan duro y guardará su mención en el cajón más oscuro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario