Se ha dicho que el poeta es el gran
terapeuta. En ese sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar
y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la
desgarradura. Porque todos estamos heridos…
Alejandra Pizarnik
Ocurre.
Simplemente ocurre.
En esta palabra se encierran los complejos
mecanismos que trasuntan el poema en tanto creación, verdad revelada,
convergencia de contrarios.
Es como un malestar, y a la vez no se trata de
eso, está allí, incólume, enmudecido, tiene lobos adentro, arroja nubes,
constelaciones, vanas ideas.
El poeta escribe con prisa, la palabra creada
intenta apresar lo que ocurre (valerse de la palabra para representar una
abstracción, vaya tarea), lo concatenado prefigura el cosmos, la inmanencia que
es a la vez arquitectura de diagramas mentales, de pensamientos arrancados que
no pueden tolerar lo creado, lo que se va creando, la cola verde y negra de la
serpiente, el ojo severo, el cuenco de plata, aquello que se ve y que se
transcribe, los sentidos que pueden ser palpados, a la vez que el corazón deja
su atavío, la dulce frase que corona lo amalgamado del poema, lo que deja de
ser para tornarse fulgor, llama eterna, soledad…
Es como despojarse de algo, y a la vez no se
trata de eso, no causa dicha, la palabra se desprende haciendo un trato con la
belleza, quedan detrás los rasgos de un esquema improbable, una configuración
con sus ecuaciones intentando dilucidar lo aparente, algo que apenas cabe en el
entendimiento, que apenas puede representarse mediante prosaicas lamentaciones,
porque en el fondo se trata de una reparación, algo que duele por lo candente,
por lo que conlleva significar lo profundo de un vórtice, y que necesita ser
arrojado de la conciencia, que necesita ser salvaguardado en algún recóndito
del subconsciente, para desde allí congraciar la palabra con su contexto áureo.
Es como un jardín descuidado, que guarda en sí
mismo un extraño concepto de belleza, y a la vez no se trata de eso, porque
debajo del jardín hay un alma, y detrás de esa idea estamos nosotros, desnudos,
temblorosos, perturbados, intentando revelar el interior de la piedra, allí
donde atisban clamores nuestra naturaleza de poetas, portando un fuego a lo
profundo de la cueva.
Como cuando Rimbaud escribió, maldita y
desconsoladamente: estoy desnudo y no lo estoy…