domingo, 27 de febrero de 2011

Si viviera en el mar...

Si viviera en el mar iría hasta los médanos, a la hora de la tarde en donde los fantasmas duermen arrullados y quietos, averiguaría los relatos de barcos hundidos, visitaría esas librerías con los ventanales borrosos de tantos embates de vientos salados, recorrería las peatonales vacías del otoño, donde personas en apariencia despreocupadas buscan que hacer para matar el tiempo. Miraría los desocupados departamentos arrumbados en su nostalgia de camas sin tender y balcones despintados. Prestaría atención a la hora en que las gaviotas arrastran el velo del crepúsculo buscando algo que comer, pero sobre todo caminaría, caminaría mucho, hasta el faro, recogiendo piedritas y arrojándolas al mar.

Si mal no recuerdo, ese fue el consejo del cinematográfico Neruda al cartero que le formuló la fatídica pregunta: ¿Cómo se hace para ser poeta?

El poeta le dijo que camine cuanto pueda, que le preste atención a cada piedra, que se detenga en cada conchilla de mar, que observe con cuidado cada caracola.

Una vez, en el medio de una playa azuladamente gris, encontré una piedra imbricada de diferentes capas. Vaya a saberse cómo la naturaleza construyó a lo largo del tiempo ese pedregoso silencio, pero supe lo que significaban esas capas superpuestas, esa extraña mezcla de roca y cerámica con orificios salinos y colores veteados y ambarinos. Suponer que sabía me llevó a extraviarme en una reflexión sobre los extraños procesos de la creación literaria.

Ese día dejé de caminar y me quedé sentado en la arena, el sol se había ocultado en la quietud de un barco, cabía todo el sol en ese barco, resplandecía en su lobreguez, entonces me imaginé que probablemente alguien de ese barco estuviera mirando en ese momento la playa finita, el horizonte violeta y rojizo, y ya no sentir la humedad de los pies, ni la tristeza de un par de medias sucias en el rincón, ni el cansancio de aquella nostalgia que parecía pequeña.

Fue entonces que lamenté no tener a mano una botella de vino tinto, algo de madera para hacer un fuego, y así soportar la fría noche extasiándome bajo las estrellas.

En vez de eso, me fui a escribir en un papel, estas cosas que apenas me consuelan.


miércoles, 23 de febrero de 2011

Sobre la soledad y las escrituras dispersas

La soledad hollando toda transversalidad como un mundo ajeno, el adjetivo (o sustantivo), no es incongruente, el mundo pasa a ser ajeno cuando la inconexión abruma, aquella maraña de actos accionados por inercia, donde renunciamos a nuestro acto por carecer de voluntad, incluso de valentía, para ir más allá y hacer de nuestro tiempo un incierto tiempo literario. Probablemente una respuesta al desvelo serían las escrituras automáticas, esa suerte de abstracción que guarda sus tribulaciones melancólicas encriptadas en ejercicios matemáticos dispersos.

Creo que todo poeta escribe su desasosiego en textos que pueden prescindir de cierta construcción poética, desbrozando amargamente un discurrir de sus percepciones y sensaciones, de allí a que esas iluminaciones se publiquen hay un trecho, o una brecha. Tal vez podamos hablar, como mero ejercicio oculto, de extravíos inconscientes, a los que el paso del tiempo arrojará sus propias estructuras, sus propios matices, el fondo y la forma de lo desvelado.

Comúnmente (en ciertos poetas), las percepciones afectivas se adhieren al entramado de la prosa, alejándolo de la diagramación estética, hay allí relámpagos, irrupciones, desarticulaciones, que quizás con el paso del tiempo cobren un cuerpo, una forma socavada, un hilo desvaído cerrando el flamígero poema. Pero como evitar la triste y larga canción, aquella que nunca quisimos que termine, aquella que siempre queremos volver a escuchar.

Así nos detenga ante un piélago siempre difuso y distante.

De estas sinrazones estoy constituido.


viernes, 18 de febrero de 2011

Pensar en pensar


Me interesó esto.
Se trata de una consulta del sitio Edge.org, en el que se reúnen científicos y pensadores para analizar conceptos críticos sobre temas esenciales del pensamiento humano. Este año, la consigna fue directamente que pensaran en pensar:
"¿Qué idea nos ayudaría a pensar mejor?"

Las respuestas proveen un marco de análisis que resulta posible extrapolar al contexto literario. Aunque más no sea en un sobrevuelo, algunas ideas podrían ser abordadas conceptualmente a través de la prosa poética. Intentarlo supone extraviarse en un universo incierto.
Aquí algunas respuestas:

Los físicos Carlo Rovelli y Lawrence Krauss, por ejemplo, afirmaron que todos nos beneficiaríamos si manejásemos mejor el concepto de incertidumbre. El matemático Rudy Rucker sugirió la idea de impredictibilidad del mundo y el emprendedor Vinod Khosla hizo lo mismo pero con la noción de la impredictibilidad de la tecnología (o principio del cisne negro). Deberíamos pensarnos como un superorganismo, sugirió el psicólogo Jonathan Haidt. El físico Gino Segre incitó a hacer Gedankenexperiments (o experimentos mentales) y el físico teórico Sean Carroll lo recordó: el universo no tiene sentido.

Vaya afirmación…

miércoles, 16 de febrero de 2011

Crear lo que ha nacido

Intentar entrelazar lo que ha nacido, cuando todas las cosas forman parte de un entramado, que tal vez guarde alguna relación con la palabra escindida, aquella que prefigura el candente horizonte donde todo ocurre.

A veces la vida social –esto que acontece mientras estamos ocupados haciendo alguna cosa– resulta de algún modo una mirilla que impide ver del otro lado de los sentidos, en ocasiones las tareas ocasionales del sistema suelen agobiar, los circuitos varían, pero las conexiones son similares, de alguna manera transitamos un espacio que hemos pactado desde una conveniencia, algo que implica una cierta relación con aquel que no puede comprendernos.

Sin embargo, en estas circunstancias debemos recurrir a la memoria. “Recordar” los vaivenes que fluctuaron en nuestras percepciones al momento de ocurrir lo que apenas registramos, contextos absolutamente incongruentes con aquello que estuvo “sucediendo”.

Intentar apresar bloques de sensaciones en torno a ese relámpago, agregar nubes a las nubes del entendimiento, fijar lo balbuceado en los recónditos del intelecto, socavar lo entumecido del leve discernimiento. Crear lo que ha nacido.

Tal vez se entienda este día detrás de una ventana, la ventana “real” del fantasioso mundo, donde los cielos han variado del celeste pálido al violeta ambarino, los árboles quietos como una pintura. 


sábado, 12 de febrero de 2011

El hilo del ovillo

Hay quienes pueden hilar una construcción poética tomando bosquejos de otros espacios, modificando el hilo conceptual del texto o idea, extraviándose en senderos difusos con substancias ajenas.

Me pregunto si es posible extractar bloques de ideas de artículos académicos, frases de algún prólogo, versos de poemas mutilados, palabras desarticuladas en canciones, folletines, reflexiones, diagramas conceptuales que no guardan relación con el poema que se pretende labrar.

Creo que de algún modo me estaría acercando a la noción de “idiota” por parte de Gilles Deleuze, de aquellos que crean sobre mendrugos de ideas ya concebidas, ya sea por la originalidad de una frase, o por lo conciso de un plano sesgado del cual solo se toman escuetos y aislados componentes.

Ideas, lo subyacente a toda construcción, que puedan “expropiarse” para así habilitar otros modos de creación, de hilaturas, de clarividente discernimiento en torno a lo que se edifica.

Dar al poema un sentido desde pedazos de versos desperdigados en océanos de palabras virtuales. Hacer una idea bajo la partición de bocetos fragmentados que nada tiene de relación con lo que se intenta devanar.

Crear desde inconexas partituras, troquelar pensamientos, construir remiendos cuyo método es arrancado.

A veces ocurren poemas, sin embargo.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Donde se enhebran las palabras

Leo en un artículo lo siguiente: “a los 35 años, Friedrich Nietzsche apenas podía escribir. De frágil salud, le dolía horrores fijar la vista en el papel. En 1882, recibió en su casa una Malling-Hansen, una precursora de las máquinas de escribir con forma de bola. Gracias al artilugio, el filósofo alemán volvió a plasmar sus ideas. De esa máquina saldrían sus mejores obras, como Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal o Ecce homo. Pero su literatura había cambiado. Como el propio autor reconoció a un amigo, su estilo se había hecho más telegráfico y, como si el hierro de las teclas se hubiera colado en la mente del escritor, más contundente y duro. La tecnología estaba modulando su mensaje…”.

Ahora la discusión pasa por Internet, que implica un modo de lectura arborescente, con enlaces a textos que pueden sumergirnos en océanos de conceptos, alterando de algún modo nuestras habilidades cognitivas.

En el campo de la neurología se debate que estas prácticas están debilitando algunas de las funciones cerebrales más elevadas, como el pensamiento profundo, la capacidad de abstracción o la memoria.

En ciertas comunidades wayuu de Colombia algunos ancianos realizan escrituras simbólicas en la tierra, ayudados con un palo, para luego verbalizar un conocimiento. Ese acto, impensable en la sociedad occidental, pretende hilar un discurso en la mente mediante el trazado de una imagen, esquematizando una idea con imágenes, una suerte de hilo conductor que lo ayuda a verbalizar lo que ya está escrito en la tierra.

Escribir no es solamente perpetuar momentáneamente lo que ocurre en la mente, esas mismas revelaciones adquieren otras coloraturas si las teclas de la computadora resultan más ágiles al tacto, menos duras. Mismo si contamos solo con papel y birome el resultado podrá ser distinto que si tecleamos en una vieja máquina de escribir. La posibilidad de enmendar el texto no es similar. Hay algo allí que de algún modo variará el acto de representar lo concebido.

Cuando escribía a máquina tenía la sensación de construir bloques de imágenes dispersas que de alguna manera respetaban una estructura, no así con el papel, aquellas resmas o cuadernos anillados donde la caligrafía se desplazaba nerviosamente en los espacios blancos, como extraviándose en trazos sin forma aparente, remarcando en ocasiones la lapicera según el pasaje del poema, o según su vértigo. Incluso la utilización de un lápiz podía variar el modo de construcción, aquello urdido en la antesala de lo que ocurre.

Porque en definitiva se trata de una creación, más allá de cómo la enhebremos.

Un simple papel sobre para eso.


miércoles, 2 de febrero de 2011

Ver por dentro

Intento devanar los vericuetos de un poema, dirimiendo aquello enmendado y carcomido, aquello que ha de fijar una turbación, un extravío, tal vez una evidencia.

Bosquejar lo inaudito sea tal vez la sosegada tarea, nos pertenece enhebrar dicha desavenencia con nuestros precavidos temores, mordiendo sin orgullo los mendrugos del pasado. Y cuando hablo del pasado tal cosa no existe en sí misma, el poeta lo puebla de componentes y diagramas, instaura un plano desde donde el tiempo se desplaza.

Conmigo empieza todo lo nuevo”, he aquí el venturoso salmo de un poeta, alguien que no ha necesitado escribir.

Pero el poema discurre en un devenir sin arquitectura ni pájaros que lo habiten, en ese contexto el poeta teje sin prisa una silla de hilo.

La silla es el poema, hay que pensar en la estructura, en los duros clavos, en los trenzados de mimbre, en las imbricaciones de la madera.

Hay que callarse, que lo concatenado de la imagen refleje un tamiz sereno, como agua en un estanque a la hora del devenir.

En todo este desvarío los poetas cruzan detrás de las palabras, puedo imaginar la ecuación, el esquema, lo frondoso detrás de lo hallado. Las últimas palabras simularán meros ornamentos, como pájaros arrojados por la fe, acaso la posibilidad de concebir algoritmos con los movimientos de las palomas.

Cosas así.

Ver por dentro.

Lo que aún no ha nacido.