Si viviera en el mar iría hasta los médanos, a la hora de la tarde en donde los fantasmas duermen arrullados y quietos, averiguaría los relatos de barcos hundidos, visitaría esas librerías con los ventanales borrosos de tantos embates de vientos salados, recorrería las peatonales vacías del otoño, donde personas en apariencia despreocupadas buscan que hacer para matar el tiempo. Miraría los desocupados departamentos arrumbados en su nostalgia de camas sin tender y balcones despintados. Prestaría atención a la hora en que las gaviotas arrastran el velo del crepúsculo buscando algo que comer, pero sobre todo caminaría, caminaría mucho, hasta el faro, recogiendo piedritas y arrojándolas al mar.
Si mal no recuerdo, ese fue el consejo del
cinematográfico Neruda al cartero que le formuló la fatídica pregunta: ¿Cómo se
hace para ser poeta?
El poeta le dijo que camine cuanto pueda, que le preste atención a cada piedra, que se detenga en cada conchilla de mar, que observe con cuidado cada caracola.
Una vez, en el medio de una playa azuladamente gris, encontré una piedra imbricada de diferentes capas. Vaya a saberse cómo la naturaleza construyó a lo largo del tiempo ese pedregoso silencio, pero supe lo que significaban esas capas superpuestas, esa extraña mezcla de roca y cerámica con orificios salinos y colores veteados y ambarinos. Suponer que sabía me llevó a extraviarme en una reflexión sobre los extraños procesos de la creación literaria.
Ese día dejé de caminar y me quedé sentado en
la arena, el sol se había ocultado en la quietud de un barco, cabía todo el sol
en ese barco, resplandecía en su lobreguez, entonces me imaginé que
probablemente alguien de ese barco estuviera mirando en ese momento la playa
finita, el horizonte violeta y rojizo, y ya no sentir la humedad de los pies,
ni la tristeza de un par de medias sucias en el rincón, ni el cansancio de
aquella nostalgia que parecía pequeña.
Fue entonces que lamenté no tener a mano una botella de vino tinto, algo de madera para hacer un fuego, y así soportar la fría noche extasiándome bajo las estrellas.
En vez de eso, me fui a escribir en un papel,
estas cosas que apenas me consuelan.