sábado, 30 de abril de 2011

Adiós Don Ernesto

He olvidado grandes trechos de la vida y, en cambio, palpitan todavía en mi mano los encuentros, los momentos de peligro y el nombre de quienes me han rescatado de las depresiones y amarguras. También el de ustedes que creen en mí, que han leído mis libros y que me ayudarán a morir...

La resistencia

Conocí a Ernesto Sábato hace diez años, desde entonces peregriné hasta su casa en numerosas ocasiones, fueron quince las veces que tuve la dicha de compartir encuentros que se asemejaban a tertulias, recuerdo la primera vez, verlo parado detrás de una puerta entreabierta –lo estoy viendo– la mirada grave, serena, preguntando de dónde venía, a qué me dedicaba. 

Como en una ventisca, van sucediendo los instantes compartidos, las charlas sobre los poetas malditos, los simbolistas franceses, Jesús expulsando del tempo a los mercaderes, Rimbaud, Dante, El Che Guevara, el tango, las culturas indígenas, África, Borges, sus pinturas (sus terribles óleos, relámpagos de espanto desgarrados en la tela), Matilde, El túnel, la física, su época de jugador de fútbol, su humor negro, su perro Roque, la máquina donde escribió el informe sobre ciegos, la foto de una chica que parecía Alejandra (su Alejandra), las lecturas en francés que tanta gracia causaba, los países que habitaban España, El Quijote, la angustia del escritor, su novela inconclusa la fuente muda, los textos quemados (recuerdo un manuscrito que tuve en mis manos, al igual que sus pequeños cuadros sobre naturalezas muertas), aquella ejecución de Piazzolla donde Ernesto recitaba un fragmento de Sobre héroes y tumbas, el placer que le causaban sus viejos árboles, el silencio de la casa...tantas cosas que ahora intento retener en vano. 

Como aquella vez que me comentó de un zapatero alemán o italiano, con el cual don Ernesto había escrito un pequeño ensayo y no lo encontraba, un texto que giraba en torno a la meditación de los zapateros cuando realizaban su trabajo.

Sábato fue generoso con los escritores jóvenes. Quienes alguna vez fueron a su casa de Santos Lugares, pueden dar fe de esta apreciación. En estas horas tristes pensé en Gladys, la señora que siempre lo cuidó y que tanto lo quiso. Las travesuras de Don Ernesto cada vez que Gladys nos acercaba el té con medialunas. Esas cosas...

La primera vez que lo vi estuvimos tres horas hablando de literatura, en especial el exotismo de Rimbaud, y lo que producía en Sábato el desierto, esa metáfora de la nada.

No podría olvidar aquel día. No lo olvidaré nunca. Tampoco aquellos sábados donde nos congregábamos a partir de las 18 horas, con poetas, filósofos y pintores. Todo eso necesariamente tiene que servir de algo.

Fui a despedirlo, como tantos otros, soportando en silencio su silencio.

Yo tomé el tren a casa como si fuera la última vez.


viernes, 22 de abril de 2011

Lo vertical en lo horizontal


Intento devanar pensamientos desde vías paralelas donde trazar lo complementario. Entendido de este modo, las variables de las ideas se entrecruzan, no hay allí una única fuente, ciertamente el saber fluctúa mientras diversas corrientes perceptivas van hollando la estructura, que se pretende emplear para significar un desvarío.

Suelo recrearme en los esbozos de ideas que otros conjeturan, mi tarea consiste en extractar bloques de un pensamiento, separar el contenido de la matriz (con sus parámetros a cuestas), y analizar una eventual divagación desde una periferia del entendimiento.

Tratando de esquematizar, es probable trasladar ciertos conceptos literarios en relación a una problemática cultural o social, de modo que dichos conceptos puedan ser comprendidos a través de una estructura arborescente, resignificando los eventuales alcances. Para esto es preciso tejer un diagrama mental que nos permita abordar la idea primaria.

Se necesita licuar componentes interrelacionados, ejercer un pensamiento crítico.

Es allí que un concepto literario puede cobrar otro significado en este espacio de jardines que se bifurcan, asociados necesariamente con planos en apariencia inconexos.

Se puede incluso desde anacrónicas comparaciones forjar ecuaciones sutiles.

Veamos entonces el ejemplo de la Comedia de Dante: para abordar el poema puede resultar válido desandar previamente otros senderos literarios, salvo que prevalezca en el lector el deseo de penetrar el frondoso bosque sin ningún tipo de guía. Para quien esto escribe, leer los nueve ensayos dantescos de Borges ha clarificado cierta comprensión oscura del poema. De hecho, las ediciones posteriores de la Comedia han contado con cita de fuentes para situar a un posible lector en el contexto histórico, social y teológico del poema.

Incluso Borges, con su escritura del Aleph, ofrece una relectura de la comedia, y tal vez más aún, una comprensión anacrónica del espacio virtual de la Web, cuyos documentos suelen estar trazados por hipervínculos a diferentes tipos de soportes. De este modo se fomenta una conectividad, desde lo digital y electrónico, que acaso antes era propiciada en el laberinto de una biblioteca, entre libros, extensas enciclopedias y manuscritos varios.

Es allí que, intentando devanar lo enhebrado, sea posible, desde lo fragmentario, producir nuevos sentidos si se los interpreta fuera del plano donde se abreva lo candente de la idea original. Probablemente la tarea consista en poblar con imágenes los márgenes del plano descubierto, entender desde esa deconstrucción.

Y si acaso nos extraviáramos en los fragmentos, y uniéramos los pedazos del único cristal (trozos que en esencia representan una verticalidad extractada de bloques mutilados), se podría estar frente a un mosaico horizontal que oculta en su superficie el supuesto entramado de las ideas verticales.

Se sabe, o se supone, que el cosmos tiene su antagonismo en el caos, que precisa ocultar para establecer un control horizontal del pensamiento.

Todo lo que está fuera de este murmuro, son conceptos candentes invisibles al sistema.


viernes, 15 de abril de 2011

Las esquirlas del poema

Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo. (1984).

La boca abierta al viento que se lleva a las moscas, el tiburón se pudre a veinte metros. El tiburón se desvanece, flota sobre el último asiento de la playa-del ómnibus que asciende con las ratas mareadas y con frío y comienza a partirse por la mitad y a desprenderse del limpiaparabrisas, que en los ojos del mar era su lluvia

Me acostumbré a verlas llegar con las nubes para cambiar mi vida. Me acostumbré a extrañarlas bajo el cielo: calladas, sin equipaje, con un cepillo de dientes entre sus manos. Me acostumbré a sus vientres sin esposo, embarazadas jóvenes que odian la arena que me cubre. (1984)

¿Quién puso en mí esa misa a la que nunca llego? ¿Quién puso en mi camino hacia la misa a esos patos marrones –o pupitres con las alas abiertas– que se hunden en el polvo de la tarde sobre la pérgola que cubrían las glicinas?

                                                                                         Héctor Viel Temperley

Estos versos, es como si hubieran sido escritos en un cristal, y al arrojarlos al suelo, nos permite de algún modo leer cada pedacito recogido, como si fueran poemas mutilados, como si no perdieran sustancia, con entidad propia. Si juntáramos uno por uno los pedacitos tendríamos un largo poema, inasible, hierático, con sentido de unidad o de vertedero, tal vez fragmentario, simbólico, hermético, deshilado, pero concatenado a un signo que se reitera a cada paso, con cada verso.

Como dijo en una descarnada entrevista “lo mío tenía que ser todo un mundo”, y lo fue.

Extraño poeta, extraños cristales rotos en el piso, extraña comunión de un tipo que contesta “El que escribió ese poema (Hospital Británico) no existe más”.

En ese libro, Jorge Monteleone consideró que la estructura de su poema era como las de un preludio y una fuga: el poema que abre el libro se astilla, se multiplica en esquirlas, los motivos que abren cada fragmento poético, fragmentos que entrelazan el pasado con el presente del enfermo, y a la vez, lo disparan al tiempo, sin tiempo de la salvación. El efecto de su lectura es el de un “catecismo lírico”.

Como siempre, queda la poesía.

Manos de María, sienes de mármol de mi playa en el cielo:

La muerte es el comienzo de una guerra donde jamás otro hombre podrá ver mi esqueleto.


sábado, 9 de abril de 2011

Epitafio

En los cementerios es posible encontrar frases en algunas de sus tumbas, algunas insólitas, otras muy sentidas y poéticas. Tienen la virtud de condensar toda una existencia en un puñado de versos. Las hay célebres, como la del poeta John Keats: “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua”, extrañas como la de Baudelaire “Aquí yace quien por haber amado en exceso a las busconas, descendió joven todavía al reino de los topos”, irónicas como las de Unamuno “Solo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo" o cómicas como la de Moliere “Aquí yace Moliere el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto, y de verdad que lo hace bien."

Acaso la de Borges sea una de las más complejas y recordadas, en su lápida suiza figura escrito en inglés antiguo "And ne forhtedon na" que significa "Y que no temieran", arriba figura un grabado circular con siete guerreros que han arrojado sus escudos, y con la espada rota se dirigen al combate -y por ende a la muerte-, luego una pequeña cruz de Gales y la cifra "1899/1986" (cuánto de su abuelo fallecido en combate hay en esta inscripción, tal vez recreado de alguna manera en el cuento “El sur”, donde expone una valentía que el escritor añoró para sí, acaso melancólicamente). Al dorso de la lápida reitera dos versos de la Völsunga Saga (XIII), "El tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos", bajo la frase el dibujo de una nave vikinga y luego la cita "De Ulrica a Javier Otárola”.

Párrafo final para quien hizo del género un aporte significativo. Se trata de Edgar Lee Masters, poeta estadounidense, quien publicó en 1915, bajo el título de Antología de Spoon River, una serie de epitafios con las tumbas de un pueblito desconocido.

Quiso el destino que Lee Masters, después de su muerte (5 de marzo de 1950) eligiera como última morada el cementerio de uno de los pequeños pueblos de Illinois, que tanto habían inspirado su poesía. En la loza de su tumba está grabado, a manera de epitafio, un poema suyo “mañana es mi cumpleaños”:

Buenos amigos: vamos al campo
y luego de una caminata
—con el perdón de ustedes—
pienso hacer una siesta. No hay nada más dulce
ni predestinación más bendita que dormir.
Soy un sueño salido de un amable sueño.
Caminemos y oigamos el canto de la alondra.

Pienso en la delicadeza que implica resumir una vida con unos versos, lo que deja la palabra, una vez arrojada a las aguas quietas de la inmortalidad, cuando todo lo que encierran es tiempo y memoria.

sábado, 2 de abril de 2011

La idea de proseguir

Debería proseguir con la idea de proseguir, cuando son tantos los entrecruzamientos que ocultan unidireccionales bloques de pensamiento.

Se sabe, hay multiplicidad de cauces en un sistema literario, pero cuando se conjetura sobre poesía es preciso desmalezar los subterfugios y adentrarse entre los hierbajos, para que ocurra lo que debe ocurrir: el poema, o su alusión.

En ocasiones, se abren senderos hacia espacios reflexivos que desvían el eje de lo revelado, aquel de los relámpagos y los irredentos centelleos, en apacibles ordenamientos de ideas aparentemente concatenadas. Si de algún extraño modo se corrige el rumbo de lo socavado, crepusculares iluminaciones hilarán conceptos que tornarán visible las estructuras de lo fugazmente creado.

He allí el instante, nace algo que nunca se apagará, por más que haya sido enhebrado entre yertos vericuetos o bajo pétreas aproximaciones de pensamientos laberínticos.

Lo creado finalmente nace, y se dispara cual cometa, hacia infinitas posibilidades, sin que lo haya apresado del todo quien lo conjuró, ni que lo haya entendido del todo quien lo extravió de su silencio, una noche perdida en el tiempo, en la quietud de un cuarto azuladamente iluminado.