Leña
húmeda de los crepúsculos eternos
El dolor
es un agua que no se pierde,
Pero
nosotros nos hemos perdido
Como un
gran tonel
De
contratiempos sordos, fijos, duros...
Jacobo Fijman
Se suelen
minimizar ciertas obras en las cuales su creador pasó por algún tipo de proceso
traumático, habiendo padecido probablemente un estado de éxtasis místico,
derivando en una prolongada internación, o alcanzando un grado de locura tal,
que la obra se “despegó” de su persona, centrada disociadamente en su cerebro,
aislado de toda lógica o razón, y entonces ocurre que la obra, la extraña y
desvariada obra, se considera de otra manera, el acercamiento es como un campo
minado por preconceptos, en ocasiones extendiendo un paralelo entre un estilo
literario y la actividad neuronal registrada en el hemisferio izquierdo del
cerebro, hay muchos casos con sus variables a cuestas, algunos reconocidos por
su talento (Jacobo Figman, que anduvo por el Borda, Héctor Viel Temperley,
operado de la cabeza), otros perdidos en la vorágine de los infrecuentados
laberintos, porque lo cierto es que más allá de todo desvarío, en algún momento
los autores deben escribir todo eso que les pasa por la mente, y esto no
significa que toda escritura nacida de dicho limbo asegure un tránsito feliz
hacia la buena literatura. La cuestión es entender cuando, un hecho místico que
“atraviesa la carne” del escritor, va vertebrando los pormenores de una
creación, logrando representar un plano, encontrando un tono, ya sea desde
contextos religiosos o a través del consumo de drogas o alcohol, que devienen
en experiencias que traspasan los sentidos hasta trastocarlos, naciendo con el
intento un conjunto de poemas que de alguna forma dan cuenta de la locura, la
describen, la comprenden tal vez sin entender, o la entienden tal vez sin
comprender.
Recuerdo un
amigo de la infancia, en un aula de la primaria se hizo llamar “el Rey David”,
físicamente se parece a Rimbaud, pero al Rimbaud de los desiertos africanos, el
de la cara desahuciada y los pómulos hundidos, aquel Rimbaud de los pelos
encanecidos y la mirada ausente, entrábamos juntos al jardín de infantes,
callados, con el guardapolvos planchado, con el tiempo el bíblico personaje se
apartó del mundo y creó su propio universo, y probablemente se asombró de lo que
veía, y algo en su cerebro dejó de estar, y es hoy que su casa parece tomada (a
veces la cierra con una tranca de madera, ni cerradura tiene), una vez entré a
lo que era su hogar luego de 20 años de no hacerlo, cuando éramos chicos íbamos
con linternas al jardín a ver los insectos y los sapos, le gustaba la botánica,
incluso tomaba notas de lo que veía, pero después de tanto tiempo el jardín
estaba abandonado, me mostró un armario viejo donde guardaba unos hongos que
parecían humanos, algunos se extendían como una enredadera desde una percha de
madera hasta casi tocar el suelo, y luego una especie de miel que el mismo
elaboraba, y que guardaba en un pote gigante, todo eso eran los nutrientes que
consumía, los muebles corridos de lugar y la casa apagada daban toda la
sensación de un outsider desconectado sin ningún tipo de comprensión por el
paso del tiempo, todavía recuerdo lo abandonado de su cocina, donde solo
encendía las hornallas para no pasar frío, aquella tarde terminamos en la
terraza fumando en silencio, yo había comprado vino que fue a parar a un
botellón de plástico, en ese momento pensé que nunca había subido a esa
terraza, desde ahí avizoraba los postes telefónicos y los pájaros que pasaban
raudos entre la copa de los árboles, todo se veía distinto, pero me acuerdo que
un buen día el Rey David apareció con una libreta con anotaciones ilegibles,
nunca conocí escritura tan indescifrable, sin embargo me bastó para darme
cuenta que había algo intrincado ahí, esquirlas de poemas, escrituras automáticas,
visiones, delirios, pesadillas. Yo creo que es un genio, algún día cuando
alguien rescate esa libreta (si es que no la pierde o la tira por error a la
basura) y se pueda leer con ayuda de algún experto en jeroglíficos esos poemas,
probablemente podamos ofrecer un nuevo ejemplo de misticismo y locura en la
literatura, pero por ahora, David es una especie de fantasma visible que sin
saberlo va construyendo su propio mito, y esos trazos imposibles que parecen
letras, lo dejan desnudo frente a la realidad, y está desnudo ante ella, y a la
vez no lo está.
Decía Jacobo Fijman en unos versos:
¡Los
fuegos fatuos!
¡Quebrantaré
la vida por mi vida
por el
imposible contacto de la eternidad!
Pasos
furtivos
En el
hueco de mi ser;
Yo soy el
prometido, el anunciado.
Revolotear
de músicas celestes...
Bibliografía
consultada: Fijman, poeta entre dos vidas / Juan Jacobo Bajarlía. Buenos Aires:
Ediciones de la Flor, 1992.
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