sábado, 12 de mayo de 2012

A propósito de los poetas místicos


Leña húmeda de los crepúsculos eternos
El dolor es un agua que no se pierde,
Pero nosotros nos hemos perdido
Como un gran tonel
De contratiempos sordos, fijos, duros...

Jacobo Fijman

Se suelen minimizar ciertas obras en las cuales su creador pasó por algún tipo de proceso traumático, habiendo padecido probablemente un estado de éxtasis místico, derivando en una prolongada internación, o alcanzando un grado de locura tal, que la obra se “despegó” de su persona, centrada disociadamente en su cerebro, aislado de toda lógica o razón, y entonces ocurre que la obra, la extraña y desvariada obra, se considera de otra manera, el acercamiento es como un campo minado por preconceptos, en ocasiones extendiendo un paralelo entre un estilo literario y la actividad neuronal registrada en el hemisferio izquierdo del cerebro, hay muchos casos con sus variables a cuestas, algunos reconocidos por su talento (Jacobo Figman, que anduvo por el Borda, Héctor Viel Temperley, operado de la cabeza), otros perdidos en la vorágine de los infrecuentados laberintos, porque lo cierto es que más allá de todo desvarío, en algún momento los autores deben escribir todo eso que les pasa por la mente, y esto no significa que toda escritura nacida de dicho limbo asegure un tránsito feliz hacia la buena literatura. La cuestión es entender cuando, un hecho místico que “atraviesa la carne” del escritor, va vertebrando los pormenores de una creación, logrando representar un plano, encontrando un tono, ya sea desde contextos religiosos o a través del consumo de drogas o alcohol, que devienen en experiencias que traspasan los sentidos hasta trastocarlos, naciendo con el intento un conjunto de poemas que de alguna forma dan cuenta de la locura, la describen, la comprenden tal vez sin entender, o la entienden tal vez sin comprender.

Recuerdo un amigo de la infancia, en un aula de la primaria se hizo llamar “el Rey David”, físicamente se parece a Rimbaud, pero al Rimbaud de los desiertos africanos, el de la cara desahuciada y los pómulos hundidos, aquel Rimbaud de los pelos encanecidos y la mirada ausente, entrábamos juntos al jardín de infantes, callados, con el guardapolvos planchado, con el tiempo el bíblico personaje se apartó del mundo y creó su propio universo, y probablemente se asombró de lo que veía, y algo en su cerebro dejó de estar, y es hoy que su casa parece tomada (a veces la cierra con una tranca de madera, ni cerradura tiene), una vez entré a lo que era su hogar luego de 20 años de no hacerlo, cuando éramos chicos íbamos con linternas al jardín a ver los insectos y los sapos, le gustaba la botánica, incluso tomaba notas de lo que veía, pero después de tanto tiempo el jardín estaba abandonado, me mostró un armario viejo donde guardaba unos hongos que parecían humanos, algunos se extendían como una enredadera desde una percha de madera hasta casi tocar el suelo, y luego una especie de miel que el mismo elaboraba, y que guardaba en un pote gigante, todo eso eran los nutrientes que consumía, los muebles corridos de lugar y la casa apagada daban toda la sensación de un outsider desconectado sin ningún tipo de comprensión por el paso del tiempo, todavía recuerdo lo abandonado de su cocina, donde solo encendía las hornallas para no pasar frío, aquella tarde terminamos en la terraza fumando en silencio, yo había comprado vino que fue a parar a un botellón de plástico, en ese momento pensé que nunca había subido a esa terraza, desde ahí avizoraba los postes telefónicos y los pájaros que pasaban raudos entre la copa de los árboles, todo se veía distinto, pero me acuerdo que un buen día el Rey David apareció con una libreta con anotaciones ilegibles, nunca conocí escritura tan indescifrable, sin embargo me bastó para darme cuenta que había algo intrincado ahí, esquirlas de poemas, escrituras automáticas, visiones, delirios, pesadillas. Yo creo que es un genio, algún día cuando alguien rescate esa libreta (si es que no la pierde o la tira por error a la basura) y se pueda leer con ayuda de algún experto en jeroglíficos esos poemas, probablemente podamos ofrecer un nuevo ejemplo de misticismo y locura en la literatura, pero por ahora, David es una especie de fantasma visible que sin saberlo va construyendo su propio mito, y esos trazos imposibles que parecen letras, lo dejan desnudo frente a la realidad, y está desnudo ante ella, y a la vez no lo está.

Decía Jacobo Fijman en unos versos:

¡Los fuegos fatuos!
¡Quebrantaré la vida por mi vida
por el imposible contacto de la eternidad!

Pasos furtivos
En el hueco de mi ser;
Yo soy el prometido, el anunciado.

Revolotear de músicas celestes...

Bibliografía consultada: Fijman, poeta entre dos vidas / Juan Jacobo Bajarlía. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1992.

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