sábado, 24 de noviembre de 2012

La construcción de sentido


Imaginemos a partir de allí enhebrar argumentaciones de oídas para posteriormente refutarlas sin escándalo, y todo sin un hilo conductor que pueda trazar origen, desarrollo, discernimiento y conclusión, sin contar en el medio el atravesamiento de planos e ideas que puedan entrelazar alguna variable teórica, de la que comúnmente se discute sin conocimiento real del problema que se intenta dilucidar.

A veces pienso en las respuestas simples, las que daría un niño de 9 años, una de ellas tal vez sea la ausencia de lectura de libros, por lo general nos empantanamos con noticias de diarios, artículos de opinión, versiones de versiones y citas de autores que probablemente citaron fuentes sin estudiar el texto que finalmente publicaron, entonces estamos listos para opinar, creyendo aportar conocimiento.

Algunos lo pueden llamar la construcción de sentido, valiéndose de referentes que pasan a ser voceros de un relato, a muchos otros no les alcanza el tiempo y se contentan con una versión, de allí a las discusiones de café creyendo entender lo que se piensa, cuando lo que ocurre es la reiteración de palabras prestadas que a su vez carecen de un sustento filosófico genuino.

Construcción por intermedio de adscripciones.
Tiestos que buscan articular un sistema de pensamiento.

Frecuentar teorías aporta variables al contenido de los debates, le otorga riqueza semántica, pluralidad de sentido. El tema es la validez subjetiva de los aportes periféricos, que dicen algo del esquema instalado, pero no dan cuenta del fondo en el cual se encuentran imbricadas las diversas articulaciones sociales.

Es entender un plano desde una posición elevada. Cuando se sabe porqué un esquema depende de otro, comprender que conexiones hay detrás de la palabra, de que componentes está hecho cada concepto, como funciona lo vertebrado, que activa qué, y porqué.

Ver o mirar.
Oír o escuchar.

Entender.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Ir hacia atrás


“El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.

”Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?

— Pelotón, firme. Apunten.

La voz del reo estalla metálica, vibrante:

— ¡Viva la anarquía!
— ¡Fuego!

”Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.

”Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.

”Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

— Está prohibido reírse.
— Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.


Esto lo escribió Roberto Arlt, siendo uno de los testigos del fusilamiento de Severino Di Giovanni, ocurrido el 1° de febrero de 1931. De este modo, el escritor argentino narró los últimos momentos de vida del anarquista italiano.

Estar allí, donde ocurren las cosas, más allá de las adscripciones simbólicas que hagamos de los hechos y los sujetos, los hay quienes, como en el texto planteado, viven instancias irrepetibles, y tienen la virtud de narrar lo que acaso vieron. Se podrá discutir si la narración corresponde a la realidad, o si el autor agregó líneas épicas o piadosas según lo interpretado, lo innegable es el cruce de caminos entre la literatura y la historia para dar cuenta de un hecho crucial.

Hace poco Florencia Abbate mencionó sobre “la verdad” de la ficción histórica, preguntándose entre otras cosas si es más importante el valor literario o el histórico, la incidencia de las novelas históricas en la constitución de la identidad de los pueblos y la indagación de cómo moldea la literatura nuestra percepción de la historia.

En la Grecia antigua, los rapsodas fijaron para la inmortalidad el carácter colectivo de las gestas históricas, siempre conoceremos la cólera de Aquiles tal  como ha sido fijada para la escritura, en lugar de otras versiones que el paso de los años y las circunstancias se encargaron de sepultar en el olvido.

La autora destaca un hecho particular, los libros de historia han abordado de manera exhaustiva lo ocurrido en la Revolución de Mayo, sin embargo muchos lectores recordarán siempre a Castelli tal como Andrés Rivera lo presentó en su novela: “el sufrido luchador que murió por un cáncer de lengua habiendo sido justamente el orador de la revolución”.

Mirar para atrás es inquietante ¿Qué nos lleva, de la mano de la literatura, a recoger tiestos del pasado para ofrecer una pintura según el entendimiento de nuestro presente?

Ir para atrás en el poema creado tal vez provoque nuevas lecturas y consecuentes reescrituras. Partir, ya desde una meseta, o desde un promontorio, a revisar huellas que otros pisaron, a indagar sobre lo imbricado. ¿Quién agregará una comprensión original del poema histórico? En estos casos tal vez resulte conveniente desconocer los ensayos previos, ir hacia la obra sin intermediarios, de ser posible en la propia lengua, luminosa tarea que requiere tiempo y de un meditado estudio.

El tiempo que es exiguo, perdido en planicies escuetas, en ecos de voces deshiladas, en estantes herrumbrados bajo la quieta espera, al final del pasillo apenas iluminado de una biblioteca, donde todo esta por nacer.

jueves, 15 de noviembre de 2012

El estanque de agua quieta


He aquí un poco de quietud luego de ocurrida una tempestad.
En este lugar (una autopista que llega hasta Ezeiza) una vez al año se inunda al costado del camino, el pasto deja de verse por unos días, se forma una laguna, un estanque de agua quieta, entonces sale el sol y se desata la poesía.
Los árboles se duplican, el plácido reflejo del espejo de agua, impide saber donde terminan y donde empiezan aquellas ramas, donde continúan aquellos troncos.
Me hace acordar a ciertas pinturas rupestres prehispánicas, cuyos grabados representan la inmortalidad, un camino o puente hacia otro mundo, una suerte de dualidad natural, de complementariedad eterna.

Es atemporal lo que sucede, ajeno como estoy a los autos veloces, que pasan indiferentes con sus radios encendidas.




sábado, 10 de noviembre de 2012

Lo que ya sabemos


Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra / traspasado por un rayo de sol / y de pronto atardece”.
Quasimodo

El crepúsculo de toda existencia, los tonos ocres y bermejos de un día en la vida, el café que tomamos en silencio mirando los autos repetidos, cuando siempre fuimos los conductores de esa única autopista, la tarde que pasamos por última vez la puerta de salida de nuestro trabajo, la película en blanco y negro que nunca vimos, y sin embargo éramos los protagonistas, el libro de historia que volvimos a leer fuera de la escuela, el árbol de casa que creció mientras estábamos dormidos, sin que nos diéramos cuenta del televisor encendido y los juguetes tirados en el suelo, es cierto que al final del día recogemos lo balbuceado, las cotidianas acciones que dicen algo de lo que somos, pero que no dan cuenta de todo lo que representamos, recién entonces, en ese umbral de quietudes vanas, sabemos que de algún modo perdimos otra oportunidad de sumar valores, cuando no sabemos bien que es el valor, de que modo se mide, como se lo desarticula para descifrarlo por dentro, y todo eso supone ser conscientes del paso del tiempo, lo que hacemos y aceptamos hacer, lo que ofrecemos porque alguien nos lo pide.

Cada día hago una mayor autocrítica de las discontinuidades y rupturas en las que suelo formar parte, sin entender del todo porqué algunas cosas me afectan.

La frase de Quasimodo aún espera ser descubierta no desde lo literal sino desde las miradas endógenas de aquello que nos pasa sin modificarnos, porque es cierto que algo ocurre en ese devenir, apenas lo comprendemos, aunque hagamos de cuenta, como dice Cesare Pavese, que fingimos no saber lo que ya sabemos.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Homenaje de Rodolfo Alonso a Leonardo Favio

Estimados

Se comparte un sentido texto de Rodolfo Alonso (poeta, traductor y ensayista), con motivo del reciente fallecimiento de Leonardo Favio.
El poeta, quien formará parte de un homenaje a la poesía en la Biblioteca Nacional (martes 13 de noviembre a las 19 hs, Sala Augusto Cortazar, calle Aguero 2502) evoca las felices circunstancias en las que conoció y admiró al destacado artista argentino.
Vayan sus palabras para significar el valor de lo creado.

Mi Leonardo Favio

Ahora que su lamentable desaparición física ha provocado tantos y tantos comentarios (más que merecidos en su caso), quisiera hacer notar algo que ha pasado desapercibido. Cuando lo conocí, él era el actor preferido de Leopoldo Torre Nilsson, de muchas de cuyas principales películas fue protagonista.
Y algo más no ha sido recordado, esta vez probablemente con razón. Uno de sus primeros títulos como director, a cuyo preestreno me hizo el honor de invitarme, no muy bien recibido entonces por la crítica y los dueños de salas, fue en cambio tan conmovedor para mí que me llevó a escribir un texto: “El canto del cine”, que él llegó a ver, y que recién en 1967 se publicó en el diario La Capital, de Rosario. Decía así, y es importante al leerla ubicarse en la época:
“Cuando las luces se encendieron sobre el rastro del satélite que, cruzando melancólico el cielo de la pantalla, pone punto final a uno de los filmes más líricos y auténticos del (ahora sí) nuevo cine argentino, esa sensación de exaltada ansiedad por comunicarse que suele dejarme el descubrimiento de una obra de arte original, se unió a la duda de que el cabizbajo y nervioso director Leonardo Favio, parado a nuestra espalda durante aquella exhibición privada –realizada hace ya casi dos años– de su Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y algunas pocas cosas más, quizás iba a creer que mis expresiones de entusiasmo eran sólo de compromiso. (Por suerte, quizás ahora que va a leerlas escritas, llegue a creerme.)
”Y quiero escribir sobre el Romance..., no sólo por lo injusto del recibimiento con que cierta crítica (pienso en la de La Prensa, específicamente) y ciertos exhibidores –el de su sala de estreno en Buenos Aires– quisieron disminuirlo o silenciarlo. Ni porque aquel movimiento valiente, intuitivo y desordenado que se dio en llamar ‘nuevo cine argentino’, y con cuyos orígenes algo tuve que ver, haya logrado recién ahora (mi homenaje, al pasar, para Alias Gardelito, de Lautaro Murúa), cuando parecía –y quizás esté, por desgracia– definitivamente sepultado, una obra maestra (así, con todas las letras). Sino también, y sobre todo, por lo que este maduro film del talentoso y sensible creador que nos ha resultado este Leonardo Favio, tiene que ver con la poesía.
”No conozco otro en todo el cine argentino –y no muchos en el extranjero– que alcancen un lirismo tan hondo, tan evidente, tan legítimo, tan conmovedor. Visión auténtica del manoseado cuando no olvidado interior del país, sin folklorismos recargados y facilones, con acción, lenguaje y clima, con personajes logrados y tocantes, gozando de un buen guión (el cuento original es de Zuhair Jury, hermano de Favio) y una maravillosa fotografía (consagración de Juan José Stagnaro), donde descuellan el descubrimiento –antes que la TV– del expresivo Federico Luppi, la madurez de María Vaner y una Elsa Daniel desconocida. Todo ello dentro de una brillante y emotiva dirección general. (Lo que no quiere decir nada si no se comprende que, aquí, la de ‘director’ no es una denominación más o menos técnica, sino el sinónimo de creador.) Porque todo, todo el film está embebido de la sensibilidad e inteligencia fluidas de Leonardo Favio. Es realmente, y pese –o gracias, claro– a la excelente calidad de todos sus colaboradores, un verdadero ‘film de autor’.
”Ahora que en Buenos Aires alguna sala se larga a volver a darlo, y que seguramente comienza a llegar a los cines del interior, ese interior que evoca tan dignamente, pensé que debía escribir estas líneas –anticipando el éxito y la resonancia que tarde o temprano, indefectiblemente, tendrá– como un llamado de atención para el espectador atento y como un fraternal y agradecido homenaje a Leonardo Favio y a todo su equipo”.
Así saludaba yo entonces, en 1967, cuando su extraordinario Romance del Aniceto y la Francisca... aún no había sido debidamente valorado, a Leonardo Favio. No veo por qué, ni tampoco siento, que deba despedirlo ahora con otras palabras.


sábado, 3 de noviembre de 2012

El Dios que no


Estoy leyendo el Anticristo de Friedrich Nietzche, veo un sendero del entendimiento que se escurre, cuyo vínculo es la necesidad de instaurar una fe, el porqué se desnaturaliza una noción de Dios, convirtiéndose en concepto de una supuesta ley moral ¿Qué hay detrás de todo esto?
Apartando los lineamientos de las creencias religiosas ¿no existe acaso un hábil posicionamiento en la significación del pecado?, el orden se trastoca y con el, toda semántica pierde sustancia. El Dios justo de un pueblo oprimido termina siendo un dios condicionado, que ya no escucha, ni ampara.
Se subvierten los valores, en aras de un único valor, determinado por quienes ungen, con perturbadora inocencia, los preceptos de la verdad y las buenas costumbres. De allí en adelante, nace una pirámide. Se piensa a partir de esto, como si se trataran de piedras enquistadas en las catedrales de la razón, en cuyos subterfugios habita la idea del pecado como instrumento de poder y sumisión.
Estado de cosas donde alguien determina el territorio, eso que llaman “el reino de Dios”.
Desprecio, profanación, alimento y subsistencia. Sobre estos términos arrojó su desdén el filósofo alemán. Llevo hacia graneros abandonados lo que creo entender del asunto.
Dios establecido como concepto de ley para construir sentido normativo desde espacios de poder.

Yo difiero, buscando en todo esto la poesía, en cuanto al texto, veo en la teología la intención de direccionar adscripciones simbólicas, por fuera de los parámetros de la razón, parecería que de tales sedimentos se desprenden estas ideas.