Estimados
Se comparte un sentido texto de Rodolfo Alonso (poeta, traductor y ensayista), con motivo del reciente fallecimiento de
Leonardo Favio.
El poeta, quien formará parte de un
homenaje a la poesía en la Biblioteca Nacional (martes 13 de noviembre a las 19 hs, Sala Augusto Cortazar, calle Aguero 2502) evoca las felices circunstancias en las que conoció y admiró al destacado artista argentino.
Vayan sus palabras para significar el valor de lo creado.
Mi Leonardo Favio
Ahora que su lamentable desaparición física ha
provocado tantos y tantos comentarios (más que merecidos en su caso),
quisiera hacer notar algo que ha pasado desapercibido. Cuando lo conocí,
él era el actor preferido de Leopoldo Torre Nilsson, de muchas de cuyas
principales películas fue protagonista.
Y algo más no ha sido recordado, esta vez probablemente con razón.
Uno de sus primeros títulos como director, a cuyo preestreno me hizo el
honor de invitarme, no muy bien recibido entonces por la crítica y los
dueños de salas, fue en cambio tan conmovedor para mí que me llevó a
escribir un texto: “El canto del cine”, que él llegó a ver, y que recién
en 1967 se publicó en el diario La Capital, de Rosario. Decía así, y es
importante al leerla ubicarse en la época:
“Cuando las luces se encendieron sobre el rastro del satélite que,
cruzando melancólico el cielo de la pantalla, pone punto final a uno de
los filmes más líricos y auténticos del (ahora sí) nuevo cine argentino,
esa sensación de exaltada ansiedad por comunicarse que suele dejarme el
descubrimiento de una obra de arte original, se unió a la duda de que
el cabizbajo y nervioso director Leonardo Favio, parado a nuestra
espalda durante aquella exhibición privada –realizada hace ya casi dos
años– de su Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó
trunco, comenzó la tristeza y algunas pocas cosas más, quizás iba a
creer que mis expresiones de entusiasmo eran sólo de compromiso. (Por
suerte, quizás ahora que va a leerlas escritas, llegue a creerme.)
”Y quiero escribir sobre el Romance..., no sólo por lo injusto del
recibimiento con que cierta crítica (pienso en la de La Prensa,
específicamente) y ciertos exhibidores –el de su sala de estreno en
Buenos Aires– quisieron disminuirlo o silenciarlo. Ni porque aquel
movimiento valiente, intuitivo y desordenado que se dio en llamar ‘nuevo
cine argentino’, y con cuyos orígenes algo tuve que ver, haya logrado
recién ahora (mi homenaje, al pasar, para Alias Gardelito, de Lautaro
Murúa), cuando parecía –y quizás esté, por desgracia– definitivamente
sepultado, una obra maestra (así, con todas las letras). Sino también, y
sobre todo, por lo que este maduro film del talentoso y sensible
creador que nos ha resultado este Leonardo Favio, tiene que ver con la
poesía.
”No conozco otro en todo el cine argentino –y no muchos en el
extranjero– que alcancen un lirismo tan hondo, tan evidente, tan
legítimo, tan conmovedor. Visión auténtica del manoseado cuando no
olvidado interior del país, sin folklorismos recargados y facilones, con
acción, lenguaje y clima, con personajes logrados y tocantes, gozando
de un buen guión (el cuento original es de Zuhair Jury, hermano de
Favio) y una maravillosa fotografía (consagración de Juan José
Stagnaro), donde descuellan el descubrimiento –antes que la TV– del
expresivo Federico Luppi, la madurez de María Vaner y una Elsa Daniel
desconocida. Todo ello dentro de una brillante y emotiva dirección
general. (Lo que no quiere decir nada si no se comprende que, aquí, la
de ‘director’ no es una denominación más o menos técnica, sino el
sinónimo de creador.) Porque todo, todo el film está embebido de la
sensibilidad e inteligencia fluidas de Leonardo Favio. Es realmente, y
pese –o gracias, claro– a la excelente calidad de todos sus
colaboradores, un verdadero ‘film de autor’.
”Ahora que en Buenos Aires alguna sala se larga a volver a darlo, y
que seguramente comienza a llegar a los cines del interior, ese interior
que evoca tan dignamente, pensé que debía escribir estas líneas
–anticipando el éxito y la resonancia que tarde o temprano,
indefectiblemente, tendrá– como un llamado de atención para el
espectador atento y como un fraternal y agradecido homenaje a Leonardo
Favio y a todo su equipo”.
Así saludaba yo entonces, en 1967, cuando su extraordinario Romance
del Aniceto y la Francisca... aún no había sido debidamente valorado, a
Leonardo Favio. No veo por qué, ni tampoco siento, que deba despedirlo
ahora con otras palabras.