Se
dice que un código QR es un sistema que almacena información en una matriz de
puntos, se caracteriza por tener tres cuadrados en las esquinas que permiten
detectar la posición del código de barras al lector, esto es posible acercando
la cámara del teléfono celular, captar la imagen y una vez reconocido el
código, obtener a cambio algún tipo de información, fotografía, URL, dato,
mensaje...
Por
lo tanto, al escanear la imagen con la cámara del teléfono, el usuario no tiene
que tipear una dirección Web u otro dato, ya que la carga de esa información la
hace el teléfono al decodificar el código QR.
Recientemente
me interesó una variable de este sistema aplicada a la literatura. La editorial
Milena Caserola editó una novela de Sagrado Sebakis
titulada Gordo, una trilogía de novelas breves que registra la vida de una
persona con más de 150 kilos de peso. En la contratapa del libro trae un código
QR que permite desde el celular acceder a un link donde es posible descargar
gratuitamente la novela en pdf. Por ende el lector tiene dos opciones: comprar
el libro o capturar el código QR de la contratapa y bajarlo desde la web.
Es
una prueba piloto por parte de la editorial, el eventual impacto de la
propuesta les permitirá analizar el proyecto en futuras publicaciones.
Se
plantea la disyuntiva para quienes anhelan vivir de la escritura.
De
mi parte defiendo la libre descarga de contenidos, pero a la vez entiendo que
debe haber algún tipo de beneficio económico para el autor de la obra. En ambas
partes asiste la razón, he allí la complejidad del asunto, potenciada por el
alcance de los recursos electrónicos.
Tal
vez sea una cuestión cultural, pero nací con el objeto libro y disfruto el
tacto de las hojas mientras leo, el editor de Milena Caserola, Matías Reck, lo
ejemplifica de un modo risueño:
—¿Y
de qué vive el autor si todo es gratis, y de qué vive la editorial, la
distribuidora, la librería? — ¡Qué sé yo! Con lo complicado que está todo mirá
si me voy a poner a pensar en eso. Leé el libro y después contame.
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