Y hacia otro hombre apuntan los
prismáticos.
De la escuela de náutica –que resistí– y del plátano
Que no sé más cual es, que está en el puerto
Con otros cien,
Que
un día fue ciruelo
O grito de novicia de piletas vacías
Rotas por el allá
Después
zureo
De torcaza escondida en los portones
Calientes de un estadio en el
suburbio.
Mientras ellas traían la pobreza,
La señal del aborto, los
cabellos,
Las manchas de salitre y,
En las albas,
Óseo en mi rostro y largo como un
tendón de Aquiles
De muchacha o de pueblo
Que camina o que duerme,
Ese olor a infinito enverjado, pujante
Junto al Crucificado
Que ocupaba,
Incorrupto,
La mitad de la balsa, del cerebro,
De las islas del techo
Y
del desagüe
–Que se arrastraba angosto, a cielo
abierto,
igual que un regimiento entre
violetas,
Con hilos de agua vieja, grandes hojas
De palmeras, tapitas de cerveza,
campanillas silvestres, mucho
tiempo
sin Teresa, que amé a los doce
años–,
y la mitad
del mar
por
donde,
me decía,
dentro de poco el sol sería un gallo
en un carro blindado,
y
la cabeza
sobre plata
–enseguida–
del Bautista.
De
“Crawl”, Héctor Viel Temperley
En una entrevista realizada por Sergio
Bizzio (Revista Vuelta Sudamericana, No 12, Julio de 1987, Buenos Aires),
Héctor Viel Temperley deja testimonio del proceso de escritura del libro Crawl,
representando en el trabajo con las palabras el acto de nadar. Hay una imagen
de la infancia que el poeta recrea, en donde cae al agua experimentando una
noción de paz, sin extrañar el afuera del mundo “lo único que sentía era el
éxtasis de ver una pared color tierra cruzada por el sol: era un manto
anaranjado que yo tenía ante los ojos. Y era feliz…”
El poeta se encuentra con su poesía al
no saber cómo hacerla. Busca “romper
el poema”. Intenta explicar cómo se nada, pero descubre que para escribir
el libro tiene que aprender a rezar, al poco tiempo experimenta una relación
distinta con la oración y con el aliento. En ese contexto aparece en escena la
figura de Jesucristo, en el libro apenas lo nombra, sin embargo parecería ser
parte del plano que el poeta frecuentó durante el proceso de escritura.
Hago el ejercicio de imaginar la mirada
conceptual del poeta con respecto a “Crawl”. Parado arriba de una silla
–como quien pretende "ver"– mientras desplegaba el poema en el suelo para que los versos
representen la imagen de un cuerpo nadando. La brazada a través de la estrofa,
un movimiento hecho de palabras.
El acto de corregir el diagrama del
poema para representar la forma de la figura, llegando incluso a considerar la
ausencia de puntuación en determinados versos, ilustrando con cada brazada una
respiración.
Sumergirse en el agua, hundirse en el
poema, corregir la estrofa para extender la brazada...
Exceptuando el sentido de los
caligramas, donde se forman objetos con palabras, la construcción de Viel
Temperley en Crawl es inaudita; elabora un movimiento con las estrofas,
pauta los tiempos de la respiración e incluye en el plano el componente
místico, amalgamando la idea del cuerpo
en el agua, como si el poeta nadara dentro de sí mismo, hacia su propio
nacimiento, encontrando equilibro espiritual en la oración y el rezo.
Nadar en el poema.
Roto por el allá...
Siempre se dijo que su obra era como un
estallido cuyas esquirlas ocultaban un mundo detrás de cada verso. De aquellos
fragmentos seguimos abrevando conjeturas. Un sentido de irresolución impregna
los mendrugos que mordemos circunspectos.
El poeta termina de comulgar, se hunde
en la pileta del poema, al poco tiempo los anillos de agua dejan de moverse,
parecen círculos de plata que se aquietan,
y entonces me retrepo en los horizontales poemas, hundido en la lectura de quien anheló beber su propia alma, y ya es tiempo de pedir una tregua.
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