Un hombre llega a un recinto poblado de estantes con libros
viejos, hurga entre papeles llenos de polvo,
de pronto algo lo encuentra, un texto apenas legible, una carta, un
manuscrito, una libreta poblada de anotaciones; resulta ser un poema no
publicado de un gran poeta, resulta ser una correspondencia compartida entre
escritores, resulta ser un ensayo inédito de un reconocido novelista.
Es lo que ocurre con los hallazgos literarios, un tema que
probablemente se encuentre atravesado por múltiples variables: la causalidad,
la serendipia, la curiosidad, el conocimiento o acaso la voluntad de profanar
silencios con la minuciosidad de un investigador. A veces, siglos de quietud
nos devuelven en el rostro apagados clamores de la historia.
Recientemente se supo que dos libreros franceses encontraron por casualidad un
correo manuscrito no fechado, enviado por Albert Camus a Jean Paul Sartre,
aportando una nueva iluminación sobre las relaciones entre ambos filósofos,
históricamente enfrentados en el imaginario colectivo. El descubrimiento
permite arrojar cierta complejidad a una relación signada por la tensión y el
enfrentamiento, en especial considerando que la correspondencia completa entre
ambos escritores ha sido destruida.
Mucho más cerca en el tiempo, se acaba de descubrir un nuevo manuscrito de Jorge Luis Borges, hallado en los depósitos de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional,
entre las hojas de una edición de la revista Sur, el texto en cuestión presenta
un final alternativo del famoso cuento "Tema del traidor y del héroe",
aunque en este caso el producto del hallazgo tenga relación con el Programa de
investigación y búsqueda de fondos borgeanos de la Biblioteca Nacional, que ya
arrojó como resultado la colección Jorge Luis Borges y el catálogo que la
describe, publicado con el título Borges, libros y lecturas (2010).
En este caso, los bibliotecarios involucrados en el proyecto, que desde hace
tiempo siguen los vestigios que dejó Borges en los libros esparcidos por la
Biblioteca, manejaron una hipótesis: que el autor utilizaba sus escritos
originalmente aparecidos en publicaciones periódicas como soporte de nuevas
correcciones: la reescritura como base de la trama, el texto circular,
infinito. Así, este ejemplar de Sur formaría parte de un corpus mayor que
incluye, hasta ahora, seis números intervenidos por el autor.
Todavía está fresco en el recuerdo el gran hallazgo de cajas con
documentos en la sala Leopoldo Marechal de la SADE (Sociedad Argentina de
Escritores) donde se encontraron manuscritos, cartas y textos originales de
reconocidos escritores de la historia Argentina, entre ellos Leopoldo Lugones,
Domingo F. Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría, Ricardo
Güiraldes, Alfonsina Storni, José Hernández y Marcelo T. de Alvear, como así
también de la poeta uruguaya Juana de Ibarbourou y
del inmortal Rubén Darío. A modo de ironía del destino, estas cajas estuvieron
a punto de ser desechadas sin revisar.
La biblioteca es un sitio especial para trabajar con este tipo de documentos,
en muchos casos, con el fallecimiento del escritor, la familia decide donar
parte de la colección personal a una institución de carácter público, con el
objeto de facilitar documentos valiosos para la crítica literaria pero también,
aunque parezca extraño, con la intención de “liberar espacio” en la casa.
Acaso un paradigma de esta controversia lo represente la
colección de la Biblioteca Personal Alejandra Pizarnik, cuyo acervo es
actualmente investigado en la Biblioteca Nacional de Maestros.
Cuando se llevó a cabo la presentación del evento, el
catedrático y escritor Daniel Link disertó sobre la colección de la poetisa,
que tenía la particularidad de realizar anotaciones marginales sobre los
espacios en blanco de los libros que leía. El abordaje sobre estas prácticas lo
llevó a preguntarse algo que tal vez no tenga una única respuesta:
¿Cómo usaremos esta biblioteca que llega hasta nosotros como el
fragmento vivo de una memoria muerta? ¿Como una reliquia? ¿Como una experiencia
de videncia? ¿O como una historia de fantasmas?
En esas marcas hay construcciones, inquietudes intelectuales,
afinidades literarias, afirmaciones, correcciones, silencios...vaya suerte la
de quienes, sin intermediarios, pudieron ser testigos de un tiempo que ya no
existe, y del cual solo quedan simples notas para intentar atrapar, por un
segundo, aquello que irremediablemente tuvo por destino ser profanado.