Cansado de todos los que llegan con
palabras, palabras,
pero no lenguaje,
Parto hacia la isla cubierta de nieve.
Lo salvaje no tiene palabras.
¡Las páginas no escritas se ensanchan en
todas direcciones!
Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo
en la nieve.
Lenguaje, pero no palabras
De
marzo del 79
Tomas
Tranströmer
1° parte:
Acaso me convertí en un mero compilador de
rechazos y nimiedades, ofrecí una obra
fragmentaria, me aproximé a jardines abandonados queriendo encontrar en
los helechos y madreselvas un tono que revelara cierto desdén por las
estructuras y la prosodia. Una biografía escueta, la promesa de un artefacto
hecho de palabras y nunca de afectos ni perceptos, nada riguroso, apenas un
diario con anotaciones, la fijación de suposiciones desarticuladas,
probablemente un mal entendido.
Este fárrago de vanas constelaciones apenas
me sostiene, en ellos pretendo ver, bajo mínimas lecturas, un modo sutil de
cultivar una seráfica construcción. Tomar nota de mis conversaciones, cuidar la
sintaxis, saber que no sé (en definitiva), que eso es todo lo que pueda
decirse. Una diminuta y oscura nulidad, y sin embargo los textos “en esquema de
relatos”...
2° parte:
Digitar ecuaciones sobre la superficie de
las cosas. Trazar un basamento. Me pregunto si acaso los símbolos solo se
advierten fijando los sentidos en un punto abstracto, aquello que determina
ciertos patrones de entendimiento. Analizar desde las esquirlas el impacto
directo de una idea ¿De cuantas capas se compondrá lo que entendemos
como realidad?
No pretendo citar sobre encriptaciones o
mensajes subliminales, en toda pirámide hay una raíz que luego se desconoce,
quedan ladrillos donde antes hubo tubérculos, digamos que la comprensión de las
cosas, la única comprensión visible, es ir hacia lo alto.
3° parte:
Ahora escucho de fondo el ruido de una
máquina de cortar pasto, intento filtrar ese sonido en esta escritura, como un
sesgo, que atraviese un espacio de construcción, finalmente irrumpe un estado
de afonía, una atmósfera blancusca, como una bóveda envolvente, nada que
infiera un pequeño rapto de palabras filosas, palabras que cortan pasto,
conjeturas...
Sin embargo trazo la línea que divide ambos
planos, me quedo observando el artefacto de palabras, agrego
variaciones, vuelvo a empezar, vinculo un bloque de amontonamientos
con algunas nubes grises (una fuga que no es, versos
horizontales sin estructura, un hiato como un puente roto, broquelando
figuras), luego arrojo una serie de versos que nada dicen del
comienzo... y es entonces que empiezo a saber, inclinando el rostro, que
no sé cómo pude erigir este sistema de laberintos. Yo –¿qué
es el yo? – estoy atrapado en mi propia construcción, de la cual cuestiono toda
intervención (esto es lo que viene después, sentarse a conversar sobre lo que
se ha hecho, sin que nada de lo explicado desarticule lo articulado).
Cuando se trata de escribir y
nada más ¡lejanos tiempos! Mientras los lectores nadan en las variables que
nunca se estudiaron. Tan solo se trata de un puñado de aproximaciones estéticas
–palabras, pero no lenguaje– y nada por cultivar en la espesura, como
cuando nos encontramos con mesetas áridas, plausibles de ser profanadas
mientras vamos hacia el horizonte –Lenguaje, pero no palabras–