Acabo de encontrar una vieja edición del libro
“La épica medieval” de José María Valverde Pacheco y Martín de Riquer. Este
volumen fue encontrado en la calle, sin tapas, pero con todos sus capítulos. En
la página 221 comienza una detallada descripción que trata sobre la épica
medieval, la poesía heroica en la Edad Media, las epopeyas germánicas, los
cantares de gesta y el arte oral, el recitado juglaresco…
Abarcar estas lecturas requieren tiempo, pienso sumergirme unos días en este libro, a bucear los entramados de indelebles manuscritos recuperados por antiguos amanuenses, aquellos objetos que los juglares de la época recitaban utilizando la memoria y a veces improvisando, agregando o suprimiendo estrofas según las características del auditorio o las intenciones del recitador.
Aquellas obras que sucesivos bibliotecarios
catalogaron como “anónimas”, como el
cantar del Mío Cid, la Chanson de Roland, la gesta anglosajona de Beowulf, el cantar de los Nibelungos o las sagas
nórdicas, representaron a su tiempo un saber colectivo, una
significación vinculada a la identidad y a los recuerdos de un grupo humano
particular, confiriéndole una subjetividad que a su vez pertenecía a la esfera
pública, enriqueciendo con nuevos contenidos cada párrafo que se iba leyendo, a
la vez que documentando cada experiencia que se iba agregando. Aquello ha
sobrevivido, desde las tabletas de arcilla hasta los actuales registros
electrónicos.
Cuando nos encontramos con estos textos es como si desbrozáramos malezas intentando hallar en ellas una significación, la desnudez de un contexto, aquello que los siglos fueron moldeando, susurrando, callando…
Voy a disfrutar de esta lectura.
Por cierto, la foto de esta entrada se titula
“Eritrea” y pertenece a Luis Sánchez Davilla.
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