domingo, 9 de agosto de 2009

Música y poesía


En ocasiones la música acompañó el silencioso andar de los poetas, y en algún punto, orientó un estado de catarsis hacia el poema, el transitar de un bosque paralelo.
En ese contexto experimenté una práctica de laboratorio con el proyecto "The Globe", aquel disco surgido de la unión entre Robert Smith, creador de The Cure y Steve Severin, bajista de Siouxie and the Banshees, en especial la canción “Relax” significó un interesante desvarío creativo y lunático. Esta canción fue utilizada en ocasiones como intro de los conciertos franceses de The Cure, probablemente la banda que marcó un antes y un después en mi concepción musical (el vinilo Faith significó, a lo lejos, una verdadera fuente de inspiración en aquellas épocas de poemas mutilados).

En otra ocasión recuerdo que las fugas para órgano de Johann Sebastian Bach devanaban ovillos en la conciencia, así mismo algunas sinfonías de Beethoven o los cuartetos de violines de Mozart. En un punto, lo escrito estaba imbuido en la percepción musical, y las encrucijadas o quietudes se transformaban en poemas, como luces en un laberinto.
Suele suceder que ciertos climas (en especial los adagios, la música de cámara o composiciones cinematográficas) le otorgan profundidades al poeta, entonces queda esparcir lo sonoro y darle una tonalidad al subconsciente.
Lo que me inquieta es qué tipo de lector le pudo haber pasado, al leer, el “escuchar” la música que inspiró al escritor, un poco como la escena de la ventana pintada por Castel, aquel personaje de “El túnel” de Sábato que terminó matando a la única mujer que lo comprendió.
Tal vez les haya pasado, que la canción terminaba y con el silencio el poema daba un giro, transformando los claroscuros en habitaciones llenas de luz. En esos casos el silencio otorgaba otra atmósfera, entonces podía ver una escisión que solo yo sabía, pero también, indefectiblemente, una continuación.

Le debo mucho, en un momento de mi vida, a los discos de Tori Amos, una voz que desnuda la melancolía tanto como al desgarro existencial, pude entrever una fragilidad hiriente que hacía trizas su propia desnudez, porque era lo único que tenía. Algo de lo que hice se lo debo a esa compañía, y ahora me voy a escuchar “Closer”, aquella desesperanzada obra de Joy Division, mientras espero releer a Dylan Thomas, poeta de frondosos y abstractos sedimentos musicales (huelga aclarar, el dibujo de esta entrada corresponde a un tributo a The Cure).

No hay comentarios:

Publicar un comentario