Hay quienes no pueden, por cuestiones
impropias de analizar, “embellecer” lo que se encuentran escupiendo en el papel
o en la computadora, podríamos decir “desgarrar” y al caso sería lo mismo, el
asunto es que muchos autores no se molestan en corregir lo que un espasmo de
creación afiebrada los movilizó a escribir durante horas o prolongados minutos,
aquello que surgía mientras descendían a su propio infierno.
Andrés Caicedo, el colombiano que planeó su muerte tanto como su literatura (no solo la que escribía, también se puso en listado la cantidad de libros que según él debía leer), fue acaso un ejemplo propio de este paradigma. Calculo que la prosa de Arlt pasó por idéntico “mecanismo”, o los poemas en prosa de Alejandra Pizarnik (mismo ciertos cuentos de Cortázar, deliberadamente concebidos con arquitectura anacrónica) o las poesías de Oliverio Girondo, aquellas del lenguaje “verbal”, del uso disruptivo de las palabras, como lava ardiente o leves salpicaduras incontroladas.
Muchos de estos escritores pudieron haber sido considerados inoportunos en contextos académicos, de algún modo labraron a ciegas una literatura de volcanes catárticos, urdiendo o profiriendo, desestimando los hiatos y las fracturas rítmicas. Encontraron a la belleza sentada entre tomates podridos, y aun así la pudieron reconocer, a pesar del hollín en la cara, los vestidos arrugados y la sangre que no era.
muy bueno, amigo!
ResponderEliminargracias.
nacho