lunes, 19 de octubre de 2009

El tiempo

El tiempo que pasa, predestinado a cumplir rigurosas cronologías, a enmendar fragorosas profecías urdidas en dogmáticas sentencias, a cubrir con el manto del olvido los pies fríos de la nostalgia.

Alguna vez no fue así, el tiempo no importaba, “pero recuerdo cuando éramos jóvenes” cantó alguna vez Ian Curtis.

Entonces contemplaba un barquito de papel flotando en un estanque, el sordo silencio de la tarde y la brisa tenue, apenas perceptible...

Un sol blanquísimo en la infancia que aletarga la tibieza del atardecer, como quien traza un puente en el crepúsculo de una existencia.

Eso sería el tiempo.

Solemos agregarles años a esas lloviznas

y lo único que ciertamente anhelamos es estar en casa.

Traigo a la memoria aquel barco ebrio de Rimbaud...

Si yo deseo un agua de Europa, es la de la charca

negra y fría donde hacia el crepúsculo embalsamado

un niño en cuclillas lleno de tristezas, suelta

un barco frágil como una mariposa de mayo.

Yo ya no puedo, bañado por vuestras languideces,

oh olas, seguir la estela de los cargueros de algodones,

ni atravesar el orgullo de las banderas y los gallardetes,

ni nadar bajo los horribles ojos de los pontones.


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