A veces encuentro la palabra, allí donde
guardamos los tiestos de lo arrancado, un recóndito áspero, poblado de muérdagos,
donde algunas cosas suceden.
Acaso la tarea consiste en recoger esos devaneos de hojarascas, lograr que el viento se detenga, tratar de entender el resquemor de las alegorías, de nuestros fantasmas rondando, la incomprensión de lo que se súbitamente se abandona.
Entonces después, siempre después del después, empieza otro tipo de trabajo, penumbras que barremos con escobas de viento, en el patio amarillo de nuestra presunta calma.
Hay algo hondo en el apagado fuego de un murmullo, a veces me alejan las escamas del horizonte, busco ser absuelto, creyendo que todo se trata de percibir, pero me equivoco, siempre.
El poema surge y el día está tan quieto como una osamenta
Lo encontrado es un humano rostro de elefante,
que guardo en mi morral al terminar el día.
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