“…y
mientras tanto los amigos exhumaron el cadáver y lograron –no era fácil porque
las manos estaban rígidas y cruzadas-, pero lograron salvar el manuscrito. Y el
manuscrito tenía manchas blancas de la putrefacción del cuerpo, de la muerte, y
ese manuscrito se publicó y determinó la gloria de Rossetti…”
Leía este texto (una desgrabación de una clase de literatura inglesa sobre el poeta inglés Dante Gabriel Rossetti, en los tiempos que Jorge Luis Borges era docente en la UBA, publicado en un libro bajo el título "Borges profesor") cuando de pronto empecé a sentir un fuerte olor a flores muertas, a velatorio, o como si estuviera pasando entremedio de un cementerio, pero la realidad es que estaba arriba de un colectivo en medio de una ruta, y el olor de las flores persistió…
Vaya a saberse que puede entenderse por este efecto de la lectura, en ocasiones, el acto tal vez natural de la abstracción permite una percepción “contextual” de los sentidos, algo que arroja vida propia al texto leído, algo circunstancial.
Tiene poco y algo que ver, pero pensé en quienes “padecen” sinestesia, aquella alteración de los sentidos que permite, a ciertas personas, ver colores allí donde hay palabras, o sentir que ciertas voces tienen olores, según algunas estadísticas se dan estos extraños casos en 1 de cada 1000 personas.
Se dice que Arthur Rimbaud fue uno de los que tuvo sinestesia (evidente en el tratamiento del poema de las vocales, algo que mucha crítica escrita se encargó de resaltar).
Hay quienes sienten esperanzas ante los
sinestésicos, porque creen que solo ellos pueden ver lo que nosotros aceptamos
ver.
No sé porque siento que un hilo apenas perceptible une estos relatos.
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