Bebo un vino.
Intento discurrir sobre cuestiones metafísicas
tratando de oscilar entre el sentido y la expresión, esa tensión que se da
cuando las ideas resultan atisbos a punto de ser entrelazados, ovillados,
conceptualizados.
Surgen cuestiones de fondo: imágenes del
pensamiento arrojadas por la palabra. Creación de lo que surge mientras la belleza
permanece distante en su cercanía. Hilatura de contrarios encarnando
evanescentemente la concreción de lo caótico.
De allí al poema, buscando en el lenguaje los
entramados pendulares que conforman su arquitectura, su sentido abstracto del
cual fecunda toda raíz, toda inmanencia entreverada de construcciones dispares.
¿Queda escindido el pensamiento en el acto
creativo? ¿Hay articulación de construcciones analíticas mientras se crea con
la palabra?
Tal vez pueda inferirse que esas contemplaciones vienen después que el poeta se ha posado en el horizonte de lo candente. Pero me urge el tiempo presente en el acto de escribir poesía, aquello que se escurre de la comprensión mientras somos otros hilvanando lo que nos perturba.
Ocurre de tanto en tanto, ese pájaro azul que nunca estuvo.
Condenados a escribir sobre la maleza que lo
oculta.