martes, 18 de enero de 2011

Sobre las percepciones y afecciones en el poema

No hagas versos sobre acontecimientos.

No hay creación ni muerte frente a la poesía.

Ante ella, la vida es un sol estático,

ni calienta ni ilumina.

Las afinidades, los aniversarios, los accidentes personales no cuentan.

No hagas poesía con el cuerpo,

ese excelente, completo y confortable cuerpo, tan indefenso a la efusión lírica.

Tu gota de bilis, tu careta de gozo o de dolor en la oscuridad son indiferentes.

Ni me reveles tus sentimientos,

que prevalecen sobre el equívoco e intentan el largo viaje.

Lo que piensas y sientes, eso todavía no es poesía.

 No cantes a tu ciudad, déjala en paz.

El canto no es el movimiento de las máquinas ni el secreto de las casas.

No es música oída al pasar; rumor del mar en las calles junto a la línea de

espuma.

El canto no es la naturaleza

ni los hombres en sociedad.

Para él, lluvia y noche, fatiga y esperanza, nada significan.

La poesía (no saques poesía de las cosas)

elude objeto y sujeto.

 No dramatices, no invoques,

no indagues. No pierdas tiempo en mentir.

No te aborrezcas.

Tu yate de marfil, tu zapato de diamante,

vuestras mazurcas e ilusiones, vuestros esqueletos de familia

desaparecen en la curva del tiempo, son algo inservible.

 No recompongas

tu sepultada y melancólica infancia.

No osciles entre el espejo y la

memoria en disipación.

Si se disipó, no era poesía.

Si se partió, cristal no era.

Penetra sordamente en el reino de las palabras.

Allí están los poemas que esperan ser escritos.

Están paralizados, pero no hay desesperación,

hay calma y frescura en la superficie intacta.

Helos aquí solos y mudos, en estado de diccionario.

Convive con tus poemas antes de escribirlos.

Ten paciencia, si son oscuros. Calma, si te provocan.

Espera que cada uno se realice y consuma

con su poder de palabra

y su poder de silencio.

No fuerces al poema a desprenderse del limbo.

No recojas del suelo el poema que se perdió.

No adules al poema. Acéptalo

como él aceptará su forma definitiva y concentrada

en el espacio.

Acércate y contempla las palabras.

Cada una

tiene mil rostros secretos bajo el rostro neutro

y te pregunta, sin interés por la respuesta,

pobre o terrible, que le dieras:

¿Trajiste la llave?

Fíjate:

huérfana de melodía y de concepto

ellas se refugiaron en la noche, las palabras.

Todavía húmedas e impregnadas de sueño,

ruedan en un río difícil y se transforman en desprecio.

Búsqueda de la poesía, Carlos Drummond de Andrade.

Estos versos del recordado poeta brasileño expresan un devenir. Si redujéramos la finalidad del arte, tal como lo entienden filósofos de la talla de Gilles Deleuze, a unos pocos poemas, tal vez estas escrituras representen dicho concepto. Aquello de “arrancar el precepto de las percepciones de objeto, y arrancar el afecto de las afecciones, como paso de un estado a otro” bien pueden estar reflexivamente representados en el poema.

Siguiendo estas ideas, el arte conserva bloques de sensaciones, esto implica un conjunto de preceptos y de afectos, independientes de un estado de quienes los experimentan. Estas nociones se encuentran imbricadas en la obra de arte, que nada tiene que ver con lo que el artista siente, digamos que esas expresiones, en Drummond de Andrade, se encuentran en la obra sostenidas por sí mismas luego que el artista las ha depositado.

Nociones que existen por sí mismas y en sí mismas.

Tal vez nos corresponda asentar, sobre bases inmutables, aquello que ocurre en la mente del poeta, poemas fraguados en lo indeterminado, y cuyas nocturnas lecturas nos otorgan una extraña calma, a la vez que inquietan.

A modo de epílogo, cabe decir que lo primero que tradujo Rodolfo Alonso fueron poemas de Andrade, a su decir, un endeble modernista brasileño, probablemente un paradigma de dicho movimiento.


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