domingo, 26 de febrero de 2012

El nocturno divagar


Una línea plateada, poblada de luces calladas, habitada por palabras, sonidos e imágenes. A veces siento que es eso la Web, como si viéramos desde la cabina de un avión, cuando va llegando a un aeropuerto, una luminosa y nocturna meseta indefinida. Nadar en estos espacios resulta un ejercicio infructuoso, recoger frutos una tarea de artesano, pero esta allí, al alcance de cualquiera que bajo una pantalla anónima decida cruzar aquellos frondosos desiertos, la variable es una constante, basta un enlace que nos lleve a otra iridiscencia y así, multiplicar lo multiplicado, ígneos torbellinos que borbotan cuestionamientos, mensajes con errores de ortografía, versos de otros o propios, sentencias, razonamientos, ilustraciones y un largo hilo de construcciones mutiladas por el instante, y soledad, de las más escrutadora, la más silenciosa de todas, porque detrás de todas estas cosas hay almas que buscan consuelo, hacer menos dura la existencia. Mostrar que somos, a pesar de que no, mostrar que proseguimos a pesar de la ausencia.

sábado, 25 de febrero de 2012

Decisiones, decisiones...


Estoy en esa disyuntiva de enviar o no un conjunto de poemas para un concurso, ya no recuerdo la última vez que participé en uno, ni tampoco las tibias expectativas que me deparaban aquellas decisiones ¿Cómo elegir un poema entre cientos? ¿Cómo calificar una obra literaria? ¿Cómo sorprenderse por el resultado? Poemas inéditos por triplicado, seudónimo, envío de sobres y a esperar vaya a saberse que destino en manos de qué lectores.

Hay en ciertas casas de música un cubilete de plástico donde se tiran los CD’s de ofertas, y se ve que al poco tiempo el cubilete va quedando vacío. La razón puede ser simple, se trata de un encanto, el de encontrar una sorpresa, el de rescatar una obra a tiempo, el de dejarse sorprender. Probablemente eso experimenten quienes tienen la compleja tarea de escoger un poemario entre tantos. En literatura se denomina serendipia al sutil embeleso de encontrar aquello que no se busca, es realmente agradable destinar un tiempo gratuito a esa elección, de dejarnos llevar por un vaivén incierto hasta encontrar aquello que nos estaba destinado descubrir.

Vaya a saberse que suerte correrán esos poemas, porque así las cosas, me parece que los voy a enviar.

viernes, 17 de febrero de 2012

Afecto o precepto


Vaya un intento de abstracción crítica producto de un intercambio epistolar. Tiene que ver con las razones del poema. Tiene que ver con lo que hago.

Ya lo decía Rodolfo Alonso “la poesía me ocurre” vaya a saberse, si en ese tránsito, lo conceptual no es un plano que de algún modo contiene lo afectivo, articulando con la razón los embates del corazón, surgiendo desde la desmesura y lo candente del devenir.
Es cierto que si la cuerda del sentimiento no vibra el poema carece de sustento y de sentido, pero a veces siento que los conceptos elaborados que desarrollan los filósofos disparan flechas hacia los corazones de los poetas, quienes hacen un trato con la belleza para significar aquella cuadratura, “dar forma a lo que tiene forma” decía Rimbaud. Se escribe, en ese caso, desde lo afectivo, pero el plano es conceptual.

Fuera de los conceptos, cuando el poeta está a solas con su alma, lo que surge nace de algo que no tiene explicación, y que a veces la posteridad convierte en otra cosa. Podríamos decir que nace del corazón, que tiene razones que el cerebro no comprende, pero que de alguna manera el intelecto lo va vertebrando para alcanzar una forma, y sin embargo esa lógica queda afuera de toda consideración, es como si se tratara de un ente invisible, “algo” que justifica los componentes de un sistema. Algo que es, y cuya materia se desconoce.

¿Por qué surge un poema?
Es como el texto de la verdad (recientemente ungido), uno cree encontrarla cuando lo que hay son encrucijadas, el poema surge pero no sabemos que había antes del poema (Deleuze diría “lo no pensado del pensamiento”), tal vez percepciones de un extrañamiento al cual debemos darle un sentido, buscando en el entramado de la mente que las palabras representen esa revelación. El poeta es un vidente decía Rimbaud, porque “ve” desde el desarreglo de los sentidos aquello que el intelecto apenas puede controlar, y sin embargo hay un entendimiento de lo que está ocurriendo, de lo contrario no habría poema escrito. No habría vertebración.
Pero entonces si lo que surge no surge del intelecto y éste solo es cancerbero de lo inevitable ¿dónde nace el poema?

Hace un tiempo escribí “y entonces nace, lo que ocurre
Me parece lícito e inevitable creer o suponer que siempre va a ver algo detrás de aquello que nace, como la idea de Dios, necesariamente haya que buscarlo sin saber dónde, la idea, no la creencia ni la sacralización, aquello que tal vez podamos encontrar en la orilla de un mar, en un sueño profundo, o en los ojos de un sapo.

Aquello que también ocurre sin demasiada lógica, desde hace milenios, en los indeterminados recónditos de la naturaleza humana.

sábado, 11 de febrero de 2012

Los conceptos y las disyuntivas


Acaso sin saberlo, con el tiempo desarrollé en este blog dos conceptos inherentes al proceso de creación literaria, simbolizados bajo la noción de vórtice e imbricación. Cada uno y por separado resultaron cruciales para mi modo de entender el acto creativo, pero situándome desde la idea de antelación de lo creado, aquello que se va configurando en el entendimiento del poeta a medida que los versos van fluyendo, disparados vertiginosamente vaya a saberse porqué extraño mecanismo.

No puedo decir que llegué a buen puerto, o que alcancé alguna conclusión. De algún modo se trató de construir, anónimamente, una representación del entramado mental que implica toda creación.
Vertebrar estas divagaciones suele ser complejo, en especial si se tiene en cuenta el poco tiempo desde el cual se arrojan ciertas ocurrencias, posteriormente analizadas.

Después de todo, lo que ocurre, solo es.
De tanto en tanto se pierden en la espesura estos mendrugos.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Hasta siempre flaco...


Voy a buscar a la muerte para nacerla.
Alejaré de mi propia vaguedad el vórtice.
Voy a cantar a la luna rosa.
Haré un verso,
prometeré mi calma.
De “Guitarra negra”, Luis Alberto Spinetta

Alma de diamante, el flaco Spinetta falleció hoy en su casa, un poeta que marcó con su música a varias generaciones. Alguna vez encontré en el estante de una librería su poemario "Guitarra negra", lamenté en aquel entonces no tener con qué pagarlo...
La sensación es de orfandad, de algo que es arrancado y que no hay forma de repararlo, sucede y es todo lo que hay. Lo cubre una música que despide luz y destellos de poesía.
Influenciado por el surrealismo, y los poetas malditos franceses, llegó a decir, en un manifiesto del año 1973, que “el rock, música dura, cambia y se modifica, en un instinto de transformación”.

Aquel que hizo "la canción" del rock, hoy le pide “disculpas a la muerte, por haberme reído, mientras transcurría”, según rezan los versos de aquel mítico libro, en la línea de un Jim Morrison lírico y luminoso.

Lo mejor es buscar un vinilo del flaco, y recordarnos que la epifanía es posible, y que a veces tiene la forma de una dulce y sencilla canción.

sábado, 4 de febrero de 2012

El pasado


Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
De Casa tomada, Julio Cortázar.

Hacer, de tanto en tanto, el ejercicio de volver al barrio de la infancia, pero despertarse en los habituales días de antaño, por ejemplo un domingo a la mañana, ir a comprar el diario y el pan, se verá que en algún momento ocurre, el tiempo se hace añicos, y en ocasiones preferimos dejarlo donde está, como cuando encontramos algún poema en el cajón, versos de un tiempo que ya no existe, y que sería imperdonable que la posteridad convierta en otra cosa.

Al entrar a la panadería encontré a la misma señora de siempre, como si aquello llamado tiempo fuera la trama de una película imprecisa, donde ocasionales actores representan resignadamente un eterno papel secundario.
Pero hay algo que me suele dejar circunspecto, y es un pequeño galpón, en la casa de mis padres, donde dormí un par de años. Tiene un mueble pintado de negro lleno de perchas sin camisas, papeles viejos, algunas escrituras amarillentas, revistas apiladas en el suelo, cajas, recuerdos…como si esas puertas, al abrirse, despidieran un viento quieto, herrumbrado, incluso sin nostalgia. Como si guardaran el ceniciento traje de un esqueleto.

Pateé fuerte la pelota de mi infancia, rebotó en una pared y fue a parar al galpón donde estaba ese mueble, entonces pude ver, al entrar, la misma ventana desde donde miraba el mundo, casi veinte años atrás, y la silla vacía, sin crepúsculo ni desdén. Pero ocurrió en un segundo, aquel adolescente que fui me miró en silencio, sentado enfrente de la ventana –su ventana- y no encontré resquemor en su mirada, de algún modo seguía viviendo su mundo, parecía decirme que estuvo bueno mirar la lluvia desde ahí, que todo lo meditado está esperando ser corregido y enmendado, que los sueños persisten a pesar de las alas polvorientas, que no hay razones para quemar el pasado.

Soy de olvidar la fecha de los muertos, todo aquello debería ser un prado de flores silvestres, y no un recuento de lápidas y recordatorios, pero esta vez, al irme una vez más de aquella cueva, me pareció justo no cerrar la puerta.