Hay un momento donde
ocurre todo lo imprevisible de la raza humana, donde todas las variables
confluyen en armonía, donde es posible compartir sin importar comunicación
alguna, donde cada uno dice lo que le parece y el otro asiente y a la vez
completa ese bello mecanismo, donde hay empatía sin necesidad de respetar
reglas, donde cada encuentro es una epifanía, una alegría sincera, un modo
placentero de estar a solas con el tiempo concedido.
Todo esto me ocurre
los domingos a la tarde cuando voy con mi mujer y mi hijo al arenero de una plaza pública,
la sincronía perfecta de la humanidad, la hermosa inocencia de los niños,
darnos cuenta que todo es posible, incluso la felicidad auténtica, el vivir el
presente como un obsequio, y disfrutarlo plenamente hasta que termina el día, dejando
que la vida nos viva.
la verdadera vida...
A propósito de mi
hijo, al llegar a casa en un momento contempló su imagen en la pantalla de la
computadora y luego de reconocerse en la fotografía arrojó una pregunta genial:
¿yo soy yo?
No quisiera tener que
desentrañar ahora todo lo que oculta esta simple frase.
Los domingos tienen esa cuestión de acercarnos a experiencias donde, por un momento, nosotros de verdad somos nosotros. Y eso se siente. Nos dejamos ser. Que inteligente tu hijo. Mejor dicho, que intuitivo. Es una sabia pregunta. saludos.
ResponderEliminarGracias por haber percibido lo que parece una simple cosa.
ResponderEliminarSaludos!