Hace más de 25 años un
adolescente cantaba y escribía canciones delante de un poster viviente. En todo
ese tiempo la pelota que había arrojado al aire, aquella que tan bien simbolizó Dylan Thomas, no tocó nunca el suelo. Finalmente, el viernes 12 de abril, cerca
de las 21.30 hs apareció por el escenario Robert Smith, el artista que acompañó mi
juventud, mis gustos estéticos y musicales, mi modo de entender el mundo
mientras iba creciendo. Es algo de mi pasado, me permito la ligereza de expresarlo en este sitio. Muchas imágenes pasaron por mi cabeza, como cuando
compraba los discos de vinilo de The Cure y llegaba a casa extasiado para
escucharlos, porque un buen día había descubierto “faith” y ya nada sería como
antes, porque era un ejercicio catártico escuchar las canciones, y escribir
sobre las texturas sonoras (se sabe, las letras de canciones son poemas
mutilados), todo aquello apareció de pronto mientras lentamente el hombre niño
caminaba hacia el micrófono. Hubo asombro de ver cómo un músico, a la manera de
Dorian Gray, cautivaba desde su voz intacta, acompañando las concurridas
soledades de aquellos ebrios corazones, a los que les bastaba cerrar los ojos
para ir atrás en el tiempo, y descubrir que las cosas esenciales no habían
cambiado ¿qué más pedirle a un artista?
No es lugar aquí para hacer una
reseña crítica del recital, eso lo saben quienes estuvieron, pero en un momento
puntual pasó algo que me conmovió, aparecieron los apacibles y sentidos acordes
de “trust”, probablemente una de las canciones más hermosas del grupo, aquella
en la que musita “no hay nadie en el mundo a quien yo pueda abrazar, no hay
nadie en realidad, solo estas tu”, y entonces entendí que desde siempre Robert Smith le escribió al niño que en algún punto dejó de crecer, al niño que se cuestiona cosas, al niño de las encrucijadas existenciales, era sentir como cada uno parecía ver hacia adentro y hacia atrás, cómo a veces una canción pasa delante de uno, mientras nos ocupamos en alguna cosa para dejar de pensar en todo eso.
Se trata de alguien que no maduró desde el punto de vista social, como suele pasar con muchos artistas, este cantante tiene 53 años, lleva cintas
de colores en el pelo, los labios pintados como siempre, la ropa negra, la
mirada hipnótica, y nos deja absolutamente convencidos que su vida es estar
arriba de un escenario, mira al público corear las canciones y sonríe con serenidad, está feliz y todos estamos
felices de su felicidad, me doy cuenta que lo bello permanece y que lo esencial queda, le creo cuando dice "nos volveremos
a ver", es lo más parecido a una promesa sincera.
Y ojalá así sea.
Y ojalá así sea.
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