¿Como sería un taller de poesía en el que los participantes puedan desarrollar una escritura propia? ¿Como organizar los ejes, como extenderlos a lo largo del taller?
Siempre me abrumó
ese tipo de propuesta.
Se puede decir que
en primer lugar, luego de indagar los perfiles estéticos de los concurrentes,
convenga sugerir paulatinas lecturas en función de posteriores discusiones
grupales o individuales, con la idea de motivar que los participantes escriban,
y que refuercen conceptos o adscripciones, allí en la larga mesa vidriada,
donde invariablemente el tallerista se sentará en la cabecera.
Lo que sigue
después es como una encrucijada con paredes transparentes.
Una opción sería
ofrecer textos para llevar a casa, escribir variaciones sobre una idea al azar,
o limitarse a indagar literaturas según las inclinaciones literarias de cada
quien, considerar los desvaríos o divagaciones si los hubiere, sugerir autores,
esquemas canónicos o antropófagos, el desarrollo de un tono, una meseta donde
extraviarse (y ser uno con la escritura), un plano perpendicular para que todos
vean la caída del poema, donde poder articular vértigos y fulgores, donde
advertir lo imbricado de cada verso, donde jugar con las posibilidades y recursos
técnicos sin desconsiderar las estructuras propias, ya sea hablando de poesía,
o de narrativa, de lírica, de versos rimados o endecasílabos, verso libre,
prosa poética, fracturas rítmicas, ah! los haikus...
Al final de todo
esto sucederá...la mirada perdida de alguno que parecía haberse equivocado de
puerta, el poema que ya era y que ahora se hizo un ovillo, el poema que cobró
forma luego de haberlo trabajado con las palabras, los asentamientos del poema,
el acompañamiento de un poema no nacido, el poema que quedó igual pero con otro
tipo de puntuación, el poema al que se agregó silencios, la cadencia del poema
escrito en el taller, la distribución de los versos en el poema vertical, el
poema que no era y que tampoco fue, el poema que terminó siendo sin haber sido,
el poema del cadáver exquisito, los poetas que se dieron cuenta que nunca en
sus vidas habían visto una manzana, la manzana del poema que no era una
manzana, el cuchillo que nunca cortó la manzana en dos mitades, el cuchillo que
se usó para untar manteca en el poema, las frutas humanas atravesadas por el
sol del poema, entibiando los muebles que habitaban el poema, el poema podado,
el poema mutilado, el poema corto, el largo poema, el poema coloquial, el poema
poblado de metáforas, el poema bifurcado por las lecturas de los otros poemas,
el poema de vidrio, de barro, de arena...
El hacha del poeta
que corta el poema en varios pedazos ¿que sale de todo eso? Puede que se trate de un método, establecer un ejercicio duro a favor de la poesía, necesaria
y extraña tarea, romper los poemas, separar las partes, volver a unir el
recipiente para asignarle un mundo a cada verso, un sentido a cada palabra
empleada, un leve discurrir de la belleza...
Armar sistemas,
crear artefactos, algo que ocurra por el bien de la poesía, para que la poesía
nazca, si pretendemos que los poetas puedan desentrañar aquello que
probablemente no sepan de qué se trata, pero que es lo único que importa.
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