sábado, 27 de abril de 2013

Hacer nacer la poesía...


¿Como sería un taller de poesía en el que los participantes puedan desarrollar una escritura propia? ¿Como organizar los ejes, como extenderlos a lo largo del taller?

Siempre me abrumó ese tipo de propuesta.
Se puede decir que en primer lugar, luego de indagar los perfiles estéticos de los concurrentes, convenga sugerir paulatinas lecturas en función de posteriores discusiones grupales o individuales, con la idea de motivar que los participantes escriban, y que refuercen conceptos o adscripciones, allí en la larga mesa vidriada, donde invariablemente el tallerista se sentará en la cabecera.

Lo que sigue después es como una encrucijada con paredes transparentes.

Una opción sería ofrecer textos para llevar a casa, escribir variaciones sobre una idea al azar, o limitarse a indagar literaturas según las inclinaciones literarias de cada quien, considerar los desvaríos o divagaciones si los hubiere, sugerir autores, esquemas canónicos o antropófagos, el desarrollo de un tono, una meseta donde extraviarse (y ser uno con la escritura), un plano perpendicular para que todos vean la caída del poema, donde poder articular vértigos y fulgores, donde advertir lo imbricado de cada verso, donde jugar con las posibilidades y recursos técnicos sin desconsiderar las estructuras propias, ya sea hablando de poesía, o de narrativa, de lírica, de versos rimados o endecasílabos, verso libre, prosa poética, fracturas rítmicas, ah! los haikus...

Al final de todo esto sucederá...la mirada perdida de alguno que parecía haberse equivocado de puerta, el poema que ya era y que ahora se hizo un ovillo, el poema que cobró forma luego de haberlo trabajado con las palabras, los asentamientos del poema, el acompañamiento de un poema no nacido, el poema que quedó igual pero con otro tipo de puntuación, el poema al que se agregó silencios, la cadencia del poema escrito en el taller, la distribución de los versos en el poema vertical, el poema que no era y que tampoco fue, el poema que terminó siendo sin haber sido, el poema del cadáver exquisito, los poetas que se dieron cuenta que nunca en sus vidas habían visto una manzana, la manzana del poema que no era una manzana, el cuchillo que nunca cortó la manzana en dos mitades, el cuchillo que se usó para untar manteca en el poema, las frutas humanas atravesadas por el sol del poema, entibiando los muebles que habitaban el poema, el poema podado, el poema mutilado, el poema corto, el largo poema, el poema coloquial, el poema poblado de metáforas, el poema bifurcado por las lecturas de los otros poemas, el poema de vidrio, de barro, de arena...

El hacha del poeta que corta el poema en varios pedazos ¿que sale de todo eso? Puede que se trate de un método, establecer un ejercicio duro a favor de la poesía, necesaria y extraña tarea, romper los poemas, separar las partes, volver a unir el recipiente para asignarle un mundo a cada verso, un sentido a cada palabra empleada, un leve discurrir de la belleza...

Armar sistemas, crear artefactos, algo que ocurra por el bien de la poesía, para que la poesía nazca, si pretendemos que los poetas puedan desentrañar aquello que probablemente no sepan de qué se trata, pero que es lo único que importa.

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