viernes, 19 de julio de 2013

El rostro de la tragedia


No deja de inquietarme si la tragedia no hubiera estado mejor representada a lo largo de la historia a través del ditirambo, que como se sabe consistía en una composición lírica de carácter laudatorio dedicada al dios Dioniso. Aquellos poemas eran cantos ligeros de alabanza, vocalizados dentro de un círculo donde el coro no llevaba máscaras. Muy probablemente aquellas escrituras eran consideradas menores entre los griegos, pero pienso en el grotesco como un modo de enmascarar el maquillado desasosiego existencial.

Si tal cosa es posible intuyo que se requiere un rostro muy expresivo (pienso en el actor Alejandro Urdapilleta por ejemplo, o en el poeta Fernando Noy). Imaginemos a un hombre que desespera, cultivando verrugas en el rostro, cuyo maquillaje realza lo oculto de la tragedia, las bajezas morales de la absoluta decadencia (de esta palabra se sostienen los andamiajes de la tragedia ¿porqué no representar su caída con la pintura de un bufón?) todo lo que es bufonesco esconde de algún modo un piadoso sentido de humanidad, podría trazar un paralelo con la tristeza de los payasos o con esa idea/mito sostenida en el imaginario colectivo sobre que los actores cómicos viven en la amargura sus vidas sociales. Quienes practican el arte del mimo no permiten ver detrás de lo actuado el patetismo de una vida frustrada, el desenvolvimiento estético subsume la finitud de la existencia. Si fuéramos del adentro hacia el afuera, podría encontrar refugio en las acuarelas de un Arcimboldo, mostrando como lo banal se mimetiza tras las imágenes de frutas humanas que dejan al desnudo la hipocresía sarcástica de una sociedad concupiscente. 

En términos de presentación, se trata de una actuación, una verbalización gestual, una escena íntima, es lo que ha sucedido a lo largo de la historia, desde que los teatros tuvieron asientos de piedra y los árboles no eran de utilería.

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