Mi
amor maravilloso como la piedra insensata
Esa
palidez que tú juzgas ligera
Tanto
te extravías de mí para volver
A
la hora en que el sol y nosotros dos hacemos una rosa
Nadie
ha debido encontrarla
Ni
el cazador furtivo ni la esbelta amazona que habita
Las
nubes
Ni
ese canto que anima las habitaciones perdidas
Y
eras esa mujer y tus ojos mojaban
De aurora el llano del cual eras la luna
Georges Schehadé
Hay
algo que el poeta Rodolfo Alonso suele reiterar: “La patria de los poetas es
su lengua”
El
caso de Georges Schehadé es un tanto particular: de origen libanés, y nacido en
Alejandría (Egipto) el 2 de noviembre de 1905, Schehadé puede ser considerado
asimismo, por su formación y por su idioma, un poeta francés. Pero como dice
Rodolfo Alonso “un francés en cuya obra no resulta difícil descubrir el
relumbre de la gracia misteriosa de Oriente”.
Hay
una melancolía que sobrevuela su poemario, recogido con simpleza, como agua
clara a la luz del sol. Se lo consideró un surrealista, y probablemente lo haya
sido, de hecho André Bretón lo recibió con entusiasmo cuando publicó sus poemas
en la revista Commerce.
En
buena parte de sus poemas se percibe un lirismo donde queda al descubierto el recuerdo
de la infancia, o tal vez la infancia misma, que como se ha dicho, es la patria
del hombre, todo en el trasluce bajo un manto de nostalgia que es también un
modo piadoso de cubrir aquel pasado.
Leerlo
es como estar en un tránsito apacible, con dulces opacidades bajo una brisa
acogedora.
Es
en esa calma donde es preciso situar la lectura, donde de algún modo siempre se
filtra la luz de algún crepúsculo.
Para
mayores lecturas se recomienda los “Poemas de George Schehade”, con
selección, traducción y notas de Rodolfo Alonso.
Vaya
como despedida otro de sus versos.
La
lluvia más dulce que rebaños ocres
El
agua más blanca sobre sus hombros que la desgracia
Yo
no sé si es un signo o una tortura
Esa
voz en mi infancia como una manzana
Hay
una gran miseria en las aldeas
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