No trazo proyecciones vulgares del alcanzado estado creativo,
todo eso urde apreciaciones vanas, colgajos literarios hacia vericuetos de jardines
siempre abandonados, donde es evidente la ausencia del discurso intelectual, a
la vez que la hiedra crece salvaje e indómita en los subterfugios de la razón.
Allí el poema nace y lo demás se detiene, lo que se va bebiendo no es el vaso
de alcohol, es la ida del poema sin sentido, abrazando cónclaves de bastarda
ironía, sucumbiendo al desbrozar de lo imperecedero y de todo lo destilado, lo
expulsado de sí, lo que no vuelve porque queda fijado en arrugados papeles, y
no se entiende hacia donde se va, pero se sabe que no es posible volver, que
irremediablemente lo fugado estalla en algún lugar del intelecto, y después
queda ir descendiendo en la recta luminosa, dejando el pedregoso camino y
callando por inercia, riendo de los lentos actores que caminan a nuestro lado,
marchando con mansedumbre hacia sus cuevas, porque ya no queda atisbo de las
estrellas que nos cubrieron piadosamente, porque el poema no fue pronunciado,
porque se deshizo en palabras (mera representación de lo caótico) profanando
sentencias absolutas, como si todo se tratase de una pretendida paradoja, por la cual los críticos desestimarían
considerar la hilatura de un esquema, acaso la articulación de algún sentido,
una simple conjetura de mesa concurrida con cadáveres exquisitos.
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