viernes, 16 de agosto de 2013

La quieta voluntad

Me duelen las manos, la piel se agrieta y sale sangre que se coagula y resquebraja como lija, tuve un día particularmente gris, últimamente ando corriendo porque pienso que eso me va a hacer bien, la realidad es siempre inalcanzable, el cuadro siempre es el mismo, una sombra cansada corriendo contra su propia voluntad, buscando sentir asombro cuando todo lo que tiene por delante es un perímetro que le recuerda su propia esclavitud. Así se forjan las resignaciones, y se apartan las secretas ilusiones, confinadas al cajón de las palabras, donde se articulan sin elegancia buscando alcanzar el dominio de un plano. Hace tiempo que me duele la espalda, en casa no hay espejos, de lo contrario sería difícil aceptar que eso que se ve es uno mismo, inclinado por habituarse a no ser, y a las constantes sinrazones de entender lo que el tiempo mudó en calmo desasosiego. Fracaso puntualmente, y eso es todo lo que pueda decirse. Parece que las llagas de las manos están cicatrizando, pero cada vez me arden más, hace poco tuve que comprar lentes para la lectura, “es el paso del tiempo” pensé...y ahora me doy cuenta que la primavera está cerca y que estas cosas se tienen que marchar, como los capullos cuando caen en su hora, o las mariposas que se desprenden de su membrana, o incluso el barrendero que se lleva las últimas hojas del invierno con una escoba sin memoria, recogidas en una bolsa negra, en el exacto momento que la luna se posa sobre el tejado, mientras las ramas del único fresno la atraviesan por dentro.

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