martes, 20 de agosto de 2013

Líneas y puntos

Una vez dentro del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, yo era una línea que se trazaba entre puntos inamovibles, como si estos fueran canteros con flores de plástico, bajo reflectores de luces blancas recubiertas de filamentos fluorescentes, podía desplazarme o trasladarme entre las obras de arte fijadas en el lienzo, y detenerme en movimiento delante de una columna griega, absolutamente anacrónica, tratando captar el sesgo de una mancha en el óleo atiborrado de nervios y tensiones, para luego dispersarme en un cielo amplio celeste con nubarrones violetas y detrás un rancho, un caballo atado a un palenque y un árbol seco, el sol pálido, las espinas con violetas marchitas. A dos metros un conde del Renacimiento dejaba de parpadear para siempre, la luz ínfima pero plena, la capa roja brillante, la espada sin envainar. Un ópalo amarillento me trajo al pasillo de los helechos mientras una pareja de ancianos mutilaba la escena con un gesto desdeñoso. Cuadros de una galería de arte, las líneas se entrelazaban con otras que parecían serpentear vívidamente, los puntos se reiteraban en zonas cohesivas, los visitantes eran sombras de secuencias veloces, el plano era un cristal ubicado en lo alto que reflejaba nuestra efímera inmediatez, el cristal deforme de personas en tránsito, he allí una palabra inadecuada para el contexto, que todos representan bajo la figura del dramaturgo que hace hamlet en la cola de la verdulería; estar en tránsito, mientras el significado se apaga en la tela rasgada de una improbable coyuntura.

Un sutil ejercicio.
Enumerar los enmarcamientos del blando desfile y hacer un ostentamiento de la ignorancia circunstancial, literatura de folletos, y todo en un pasaje fatuo de visita guiada, fijando la vista en la fotocopia, formando parte de un itinerario.

El tiempo del pasillo artísticamente iluminado prosiguió hasta el final del recorrido. Me detuve en una obra, una única obra, pequeña, perfectamente solitaria, se trataba de una pintura de Rouault, el rostro granítico del payaso que parecía tallado en una piedra, estuve 10 minutos sin moverme, solo dos metros me separaban de la obra, detenido en cada línea, en cada rasgo, en cada tono, en cada punto, pero aquello eran bloques de sensaciones, y lo que tenía enfrente era la fijación de una mirada incólume, una mirada de cruce de tiempos y caminos. No supe explicarme como volví de aquella abstracción, como atravesé la puerta llena de autos que me invadieron con gestos mecánicos, ni siquiera entendí cual era mi lugar en todo ese circuito. No entendí nada.

Ahora salgo del plano. Fumo un habano y bebo vino. Hay luna llena. Es bueno saber que las volutas de humo forman parte de mi sombra. Un ruido de motor se pierde entre los ladridos de la noche, estoy pensando como sigue esto mientras las colillas se dispersan entre las baldosas.
Con un cuchillo de campo rasgo un tejido pintado de verde, se desprenden hilos de un amarillo en tono pastel, vuelvo a hundir la pálida hoja de metal, y al hurgar entre los filamentos advierto una tenue capa rojiza, con veteados minerales, adheridos a la madera...

Siempre hay un debajo en el arte, mientras hago un ejercicio de líneas y puntos, sin saber que pulso desgarró la tela que acabo de profanar. 

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