viernes, 15 de enero de 2010

Un poema de Hesse...

El estío, cansado, inclina la cabeza

para verse surgir, amarillo, del lago.

Hago mi camino cansado y polvoriento

por las alamedas en penumbra.

El viento titubea y corre entre los álamos.

A mis espaldas, el cielo empieza a enrojecer.

Delante de mí tengo el miedo de la noche.

Y crepúsculo. Y muerte.

Hago mi camino cansado y polvoriento,

y detenida y dudosa queda tras de mí

la juventud, que baja su hermosa cabeza

y se niega a acompañarme.

Huida de la juventud, Hermann Hesse

Vuelvo sobre el paso del tiempo, ese incólume, detenido mientras a mi lado resplandecen los hermosos fulgores. Me gustaría leer dentro de algunos años sobre los desvaríos de quienes hoy transcriben sus desolados versos en plataformas virtuales, ver en qué se convirtieron sus ideas, cuanta altura alcanzaron sus teorías literarias, cuan pronto declinaron sus álgidas conjeturas, “desolados versos” nacidos en vaya a saberse qué oscura quietud de pantalla quieta, el extraño presentimiento de compartir similitudes sin saber dónde concebir un parámetro, nombres que acaso representan una ficción, rostros duplicados por la necesidad de expresión, y el temor a ser descubiertos, ironías que no ocuparan mucho tiempo un lugar en las impertérritas cadenas de mensajes.

Me evado.

Me ocupan estos versos…

"la juventud, que baja su hermosa cabeza

y se niega a acompañarme"

aún siento que no me dispensa mirada alguna aquel rostro, de algún modo, es la tranquera abierta en medio de un campo blanco, la nube oscuramente gris que se avecina.


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