Abordando un capítulo sobre los personajes
conceptuales, se lee este texto de Deleuze-Guattari
"cuánta fuerza en esas obras con los pies desequilibrados, Hölderlin, Kleist, Rimbaud, Mallarmé, Kafka, Michaux, Pessoa, Artaud, muchos novelistas ingleses y americanos, de Melville a Lawrence o a Miller, cuyos lectores descubren con admiración que escribieron la novela del spinozismo (para Deleuze, Spinoza es el cristo de los filósofos, toda una declaración) ciertamente, no hacen una síntesis de arte y de filosofía. Se bifurcan y bifurcan sin cesar. Se trata de genios híbridos que no borran la diferencia de naturaleza, no la colman, pero emplean por el contrario todos los recursos de su "atletismo" para instalarse precisamente en esa diferencia, acróbatas desgarrados en un perpetuo más difícil todavía"…
Estas elucubraciones me obligan a repensar algo que permanecía oculto, y qué a la vez, subsumido en estructuras, me traslada a la enorme necesidad de crear conceptos, y examinarlos críticamente, simplemente se trata de un devenir en tanto llamado (si hubiera una ilusión de trascendencia en este acometido mencionaría el destino o lo destinado, prefiero aplicar ecuaciones y representar los movimientos infinitos desde un sobrevuelo)
Pero en este caso me ocupa la poesía y sin embargo esta permanece oculta, tal vez allí no haya necesidad de elaborar conceptos sino de algo mucho más complicado: utilizar el discernimiento filosófico para el proceso de creación literaria, intentar aquella síntesis expresada por Deleuze, entender el mecanismo que ovilla un plano de inmanencia.
Pero lo inquietante resulta cuando Deleuze habla del "idiota" que busca en lo que no comprende una bifurcación que lo haga creer que lo creado es literatura. Enorme desafío implica saber, desde una profunda interioridad menoscabada y en base a un genuino discernimiento, que aquella construcción -que debería estar exenta de erróneas percepciones y pueriles trascendencias- logre hacer un tránsito que permanentemente oscilará entre lo que creemos entender y aquello que por naturaleza surge desde lo candente de nuestra conciencia.
Creo que el plano de inmanencia es algo que intentamos captar, como cuando vemos un pavo real segundos después de perderse en la espesura, allí ocurrió el poema no escrito, tal vez será posible circunscribir aquella fugacidad, pero no podremos apresarla, hay en todo esto una atmósfera que no es tal, un ente aparente desde el cual fluctúan erupciones de poemas que nacen y trastabillan desde el propio recurso “atlético”. Pero Deleuze afirma que “no podemos soportar los movimientos infinitos ni dominar estas velocidades infinitas que nos destrozarían…” en este caso ¿se trata de detener el movimiento para alcanzar a esbozar esa síntesis de filosofía y de arte?.
En todo caso, pienso lo que implica la noción de caos en esta conjetura, ya que el poeta corre el riesgo, al crear en su ensimismado desasosiego, de hundirse en el propio caos por intentar dilucidar su arquitectura, ilustrar su vórtice o representar escuetamente sus volcánicos componentes.
¿No debemos los poetas revisar estas cosas?
Es probable que el plano de inmanencia se trate de lo no creado en el momento de transcribir la palabra, advertir la penumbra de lo ocurrido, aquello “que tal vez será”, lo presupuesto habitando el contexto subjetivo del poeta (se sabe que ha ocurrido, pero no se ha escrito aún). Cuando el poema comience acabará en el acto con la idea del plano, el poeta intentará comprender ese hálito-ente, en vano lo dilucidará, será considerado pensamiento abstracto, como una pintura que encierra una idea, acaso una brisa imposible de ovillar en la palabra. Entonces el poeta quedará desahuciado por ver, al final del poema escrito, que nada de aquello ha sido apresado, que el plano ha mutado, o se habrá tornado bosquejo, horizonte, tal vez absurda polisemia.