viernes, 16 de marzo de 2012

Aquella pared...


Había una pared ahí, en un momento eso era todo, los ladrillos estaban hechos con fotos viejas de un álbum familiar, las que cada uno puso imaginariamente en alguna parte, podríamos haber mirado otra cosa, pero no, la vista se quedaba en ese muro, como si nos examinara, detrás los músicos hacían su parte y la noche parecía cubrirnos como niños.

Esta obra fue representada en vivo infinidad de veces, hasta aquí llegó la estructura de un espectáculo jamás concebido, no recuerdo calidad de sonido semejante, ni puesta audiovisual que ensamblara efectos especiales, artefactos y fuegos artificiales del modo en que se vio, haciendo que The Wall live fuera un inmenso videoclip de más de dos horas de duración.

No importaron las voces grabadas (tanto las del coro, los niños, el juez y el maestro, incluso Pink, aceptado por quienes fueron a encontrarse con el recuerdo emotivo de la película), pasó a ser secundario que Waters simulaba cantar algunas canciones bajo el mismo tono agudo de los 80’, tal vez esa intención mantuvo intacta la nostalgia, dejó en el público la idea de que el tiempo deja huella pero que sin embargo había que representarlo tal cual fue concebido, bajo la forma de una película y un disco que acompañaron las tristezas, soledades y paranoias de varias generaciones.

Cuando el muro cayó me pregunté porqué esta obra sigue cautivando a las masas. El guión es simple, sin embargo atraviesa atmósferas subjetivas complejas, las asociaciones simbólicas son inmediatas, tal vez haya que indagar si aquellos ladrillos no fueron secretamente derribados por quienes padecieron esas opresiones, en sí mismos representan muchas cosas, y a la vez ninguna, al final, siempre hay alguien que los recoge, y todo vuelve a empezar.

Me fui silbando la última canción mientras caminaba, esa despedida dulce y simple de la obra, y de alguna manera me pareció que en silencio todos hacían lo mismo.

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