sábado, 24 de marzo de 2012
El poeta que nunca publicó
Hay una raza oblicua de cantores urgidos por escuchar el coro que su nombre clame y ver su monumento con segura certeza.
De Reverencia a Orfeo, César Mermet
En algún momento ocurre, nos sentamos bajo la bóveda nocturna y escribimos el poema sin pausa, afuera se escucha un auto lejano y algunos perros le ladran a la luna, ya estuvimos regando las plantas y mirábamos la película del cantante que creía en la naturaleza y le decía a Jesús “no quisiera estar en tu lugar”, todo como si fuera una secuencia que forma parte del contexto del poema, es probable que nada de eso llegue al papel pero hay ribetes descoloridos que nunca serán visibles en el texto, y sin embargo está allí, imbuido de algo no pautado que une círculos inconexos.
Entonces ocurre que dejamos pasar un tiempo, el cajón del escritorio resguarda la expresión primaria, el atisbo pétreo, el torbellino de la quietud, todo eso se desliza y al final de críticas lecturas quedan trozos de lo inicialmente concebido, allí rescribimos las variaciones de lo bosquejado en un rapto de estentórea lucidez, anotamos palabras aparentes que de alguna manera forman parte del entramado y la estructura, y nos damos cuenta, con la tercera y cuarta corrección, que el poema arbóreo se despliega en abanicos inconmensurables con el que apenas podemos dar cuenta de la forma, el poema es una meseta pero le agregamos promontorios impensados, a veces algunos nubarrones vuelven todo atrás, si es que aún conservamos las copias de las reescrituras, o hurgamos como en un palimpsesto las frases ocultas de lo febrilmente revelado, hacemos un cielo con pinturas nuevas pero conservando la atmósfera y el tono. El ejercicio se repite indefinidamente, el poema no termina de nacer, o de morir, se encuentra inacabado pero demencialmente vivo.
El poeta no puede ni quiere publicarlo.
Debe haber muchos casos de esos, pero tal vez haya un ejemplo simbólico, cuando se pretende hablar de escritores que no publicaron, lo sucedido con César Mermet. Su método de trabajo le impedía concluir lo creado, cada poema era corregido innumerables veces, creciendo en modo arborescente, reescribiendo cada línea, ampliando versiones, creando nuevos poemas del poemario corregido, como asumiendo que no podía terminar una versión definitiva. Yo tengo para mi que Mermet podría discutir amablemente los dichos de Paul Valéry, para el poeta francés un poema no se termina sino que se abandona, Mermet coincidiría con la primera afirmación pero suprimiría el abandono por la corrección indefinida.
Leerlo me hace acordar a ciertos poemas de Héctor Viel Temperley, un tipo que daba la impresión que finalizaba sus poemas porque se quedaba sin papel, de lo contrario su prosa era como una fuga de Bach, una partitura sin pentagrama.
Vaya vida la de este poeta, en su homenaje se creó un blog que recopila sus poemas, prosas, cartas, manuscritos, artículos críticos, fotos, biografía, semblanzas y antologías.
Mermet no integra el paradigma de la “literatura del no”, aquellos que en un determinado momento se alejaron de la escritura para siempre, en todo caso su posición indeclinable era con la idea de publicar su obra.
Dice Pedro Mairal, uno de los poetas que coordinó su publicación póstuma: en pocos hombres se da tan claro como en Mermet esa frase de Emerson citada por Borges: “El hombre es la mitad de sí mismo, la otra mitad es su expresión”.
Al final, cuando el poeta está ausente, lo corregido se publica y cumple su destino, deja de ser manuscrito para transformarse en una versión eternamente momentánea, motivada por el prolongado e indefinido silencio del poeta…
Vaya reparación...
Aquí un poema, maneras de ausencia
De lo que me faltas crezco,
tu falta me alarga hasta mañana,
del aire de tu ausencia respiro,
del tiempo que me faltas
rejuvenezco,
del hambre tranquila de tenerte
me alimento,
tu no estar me acompaña
en la noche y el día
como el anillo de largos años
cuyo extravío ciñe el dedo
de desnudez y desconcierto.
De lo que me faltas crezco,
como las ramas hacia la luz,
imposible y nutricia.
Tu falta me alarga hasta mañana,
mañana es tu mejor nombre,
la luz futura te arregla los cabellos
y es para encontrarte al día siguiente
que consigo anochecer cada día.
Yo enriquezco de tu falta,
qué incontable esperanza
acumulas faltando,
a cada instante
es más preciosa tu ausencia
y yo el único que tiene en la mano
el monto entero de tu falta.
Porque ensayé el derroche
por festejarte presente y ausente,
desperté mis subsuelos,
encendí minas,
multipliqué cristales,
puse al oro en celo,
ayunté las gemas,
me supe inagotable.
Tender a ti, abarcar tu escándalo,
bloquearte las jugadas,
las travesuras y las coreografías,
me hizo espacial, curvo y abierto.
Me faltas como el gramo de menos
que pone en marcha el mecanismo,
como la repentina falta
del leve pájaro
pone en marcha el duraznero y cimbra
y toda la luz de la mañana parpadea.
Me faltas ahora benignamente
como la lluvia al campo
cuando las primeras gotas comienzan.
Me faltas como el regalo prometido
en el gozoso noviciado de la espera.
Me faltas como en la víspera de la fiesta
falta la música a todo el pueblo
y todos viven de la música que les falta,
y los cuchillos y herraduras del herrero
ese día se templan con la música de mañana
y tañen, cantan, cortan y galopan felizmente.
Me faltas como la posesión más querida,
como un campo en otra provincia
en la época en que la mies madura,
me faltas como una plantación de limones
al otro lado del río,
que amarilla y aroma por detrás del sueño.
Pequeña, clavo de olor, especia del alma,
me faltas necesaria simple y segura
como le falta el azafrán al guiso pálido.
Por favor, tú, mi falta,
acentúame el tiempo, oriéntame el espacio,
hazme dinámico y esdrújulo,
lánzame faltándome
por sobre el largo día,
ayúdame a vivir desazonándome,
accióname como un dulce desnivel,
como el declive que echa a rodar
el siglo inerte de la piedra,
como la diferencia de sensación
entre el tobillo izquierdo y el derecho,
de donde nace la marcha,
y como el otoño adonde fluye
toda la savia del año
hasta agolparse en los racimos.
Me gusta que me faltes,
es extraño,
estoy cómodo con mi carencia,
siento que la vida me debe,
que la luz siempre paga,
y benévolamente contemplo la calle
con sensatez y tolerancia,
como un acreedor agrario de buen pasar
y corazón sin agriura
dejo que transite en paz el día,
que el tiempo trabaje por mi cuenta,
que las horas se afanen,
que los pájaros vuelen en mis dominios,
que las palomas ilustren mi calma,
sin reclamar los dominios de mi calma.
Por favor, no dejes de faltarme,
fáltame así de suave,
fáltame suavemente,
yo saboreo tu falta como una mata dulce
nacida al borde del agua,
con sabor a transcurso y a promesa
de un gusto a mata dulce,
cumpliéndose sabrosa, interminablemente.
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Buenísimo! Y el blog es increíble... Gracias por hacermelo conocer! viene bien entre tanto autobombo un ejemplo así...
ResponderEliminarYo creo que la cita es ideal para quienes hacen de la autopublicación una constante, fue un placer encontrar estos textos, y agradecido del comentario estimado.
ResponderEliminarHasta pronto.