Naturaleza es templo donde vivos pilares
dejan salir a veces sus palabras confundidas;
el hombre allí atraviesa entre selvas de símbolos
que lo observan con sus miradas familiares
Como esos largos ecos que de lejos se mezclan
en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad
los perfumes, colores y sones se responden
Es que hay perfumes frescos como carnes de niños,
dulces como el oboe, verdes como praderas,
y otros corrompidos, ricos y triunfadores.
Teniendo la expansión de cosas infinitas,
como el almizcle, el ámbar, el benjuí y el incienso,
que cantan los transportes de espíritu y sentidos.
Correspondencias, de Charles Baudelaire
Se dice que este poema de Charles Baudelaire, que abre simbólicamente las flores del mal, ha sido considerado como la primera manifestación del simbolismo, aquel escritor por el que Arthur Rimbaud y Stephane Mallarmé tuvieron por maestro, por vidente, por símbolo: un verdadero Dios.
Pero hay algo más que profundiza el devenir de Baudelaire en la poesía, aquella denominación de poeta maldito no estuvo solamente supeditada a su escritura, es posible decir que su vida misma, sus intervenciones, su imagen, correspondían en igual intensidad al concepto subrayado (según Rodolfo Alonso esto puede atestiguarse en las dos célebres y reveladoras fotos de Nadar que lo convirtieron en el “primer Cristo del arte”). Vale detenerse en esta imagen, su expresión escrutadora, su oscuridad envuelta en un cuerpo, el vértigo fijado en un instante de perturbadora calma.
Definió de un modo singular la noción de arte y consumo crítico:
“- Mi lindo perro, mi buen perro, mi querido perrito, acércate y ven a respirar un excelente perfume comprado en la mejor perfumería de la ciudad.” Pero como el perro ante ello responde reculando con pavor, el poeta dice: “- ¡Ah! Miserable perro, si te hubiera ofrecido un paquete de excrementos, lo hubieras olfateado con delicia y quizás devorado. Así, tú mismo, compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca hay que ofrecer delicados perfumes que lo exasperen, sino inmundicias cuidadosamente elegidas.”
Apenas pudo con su vida, dejó un legado indeleble, inmortal.
Siempre volveremos a sus versos, y le encontraremos contemporáneo sentido.
dejan salir a veces sus palabras confundidas;
el hombre allí atraviesa entre selvas de símbolos
que lo observan con sus miradas familiares
Como esos largos ecos que de lejos se mezclan
en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad
los perfumes, colores y sones se responden
Es que hay perfumes frescos como carnes de niños,
dulces como el oboe, verdes como praderas,
y otros corrompidos, ricos y triunfadores.
Teniendo la expansión de cosas infinitas,
como el almizcle, el ámbar, el benjuí y el incienso,
que cantan los transportes de espíritu y sentidos.
Correspondencias, de Charles Baudelaire
Se dice que este poema de Charles Baudelaire, que abre simbólicamente las flores del mal, ha sido considerado como la primera manifestación del simbolismo, aquel escritor por el que Arthur Rimbaud y Stephane Mallarmé tuvieron por maestro, por vidente, por símbolo: un verdadero Dios.
Pero hay algo más que profundiza el devenir de Baudelaire en la poesía, aquella denominación de poeta maldito no estuvo solamente supeditada a su escritura, es posible decir que su vida misma, sus intervenciones, su imagen, correspondían en igual intensidad al concepto subrayado (según Rodolfo Alonso esto puede atestiguarse en las dos célebres y reveladoras fotos de Nadar que lo convirtieron en el “primer Cristo del arte”). Vale detenerse en esta imagen, su expresión escrutadora, su oscuridad envuelta en un cuerpo, el vértigo fijado en un instante de perturbadora calma.
Definió de un modo singular la noción de arte y consumo crítico:
“- Mi lindo perro, mi buen perro, mi querido perrito, acércate y ven a respirar un excelente perfume comprado en la mejor perfumería de la ciudad.” Pero como el perro ante ello responde reculando con pavor, el poeta dice: “- ¡Ah! Miserable perro, si te hubiera ofrecido un paquete de excrementos, lo hubieras olfateado con delicia y quizás devorado. Así, tú mismo, compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca hay que ofrecer delicados perfumes que lo exasperen, sino inmundicias cuidadosamente elegidas.”
Apenas pudo con su vida, dejó un legado indeleble, inmortal.
Siempre volveremos a sus versos, y le encontraremos contemporáneo sentido.
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