Este
verano, pese a la incesante lluvia
los
higos respondieron
con
toda la dulzura que esperábamos de ellos.
Con
pájaros y avispas despoblamos hasta la saciedad
la
inocente riqueza de la higuera.
Cuando
por fin el sol
inundó
de verde el valle de la promesa
y
se gestaba la amenaza de este mundo
la
higuera seguía allí, desmintiendo,
en
su delicada justicia
la
ciega maldición
que
en un rapto de malhumor
le
escupió de costado la boca de Nuestro Señor Jesucristo.
De
Joaquín Giannuzzi,
La Higuera
La Higuera
Este
poema de Joaquín Giannuzzi ofrece una mirada piadosa del antiguo árbol,
acercando entre los versos el pasaje bíblico que dejó perplejos a numerosos
creyentes, se trata del milagro más extraño que Jesús realizó en su vida, que
según el Evangelio de Marcos, fue el de maldecir y secar una higuera. Hay algo
de incomprensión en el hecho, Giannuzzi lo reduce a un rapto de malhumor, sin
embargo José Saramago planteó una complejidad mayor de la que escondía el
simple y desapercibido acto de condenar a un árbol porque este no dio fruto.
Bajo un tono crítico, llegó a decir que “los evangelistas cuando se
limitaron a escribir que Jesús maldijo la higuera, parece que debiera bastarnos
la información y no nos basta, no señor, porque, pasados veinte siglos, no
sabemos aún si el árbol desgraciado daba higos blancos o negros, tempranillos o
tardíos, de capa-rora o gota-de-miel, no es que con esta carencia vaya a
padecer la ciencia cristiana, pero la verdad histórica seguro que sufre.”
“Que
nunca nadie coma frutos de ti”
Tales
fueron las palabras proferidas por el ungido, la circunstancia muestra un
costado “humano” de Jesús, o al menos la idea de un acto humano, una reacción
impropia de quien fuera reconocido precisamente por su misericordia. En este
punto, los teólogos, además de asumir que el relato resulta incómodo para la
Iglesia, comparten sin embargo una interpretación simbólica de lo sucedido,
sostienen que “la higuera en la Biblia es un símbolo del pueblo de Israel.
En efecto, desde muy antiguo se aplica la metáfora de la higuera al pueblo de
Dios. Por ejemplo, el profeta Oseas llama a los israelitas “fruto temprano de
la higuera” (Os 9,10). Isaías los denomina “los primeros higos de la temporada”
(Is 28,4). Jeremías los compara con una canasta de higos maduros (Jr 24,1-10).
Miqueas se lamenta porque Israel es una higuera vacía y sin frutos (Miq 7,1).
El Cantar de los Cantares asemeja a la amada con una higuera madura y fecunda
(Ct 2,13).
¿Por
qué era tradicional emplear en el Antiguo Testamento la imagen de la higuera
como figura del pueblo de Israel? Quizás porque, como afirma el historiador
judío Flavio Josefo, la higuera en Galilea era el árbol más fecundo que
existía; llegaba a dar frutos durante ¡diez meses al año! Es decir,
prácticamente siempre. Era tal su fertilidad, que el Talmud dice: “Así como
cada vez que uno va a buscar higos los encuentra, cada vez que uno busca
sabiduría en la Palabra de Dios la encuentra”.
Los
judíos también se consideraban un pueblo fecundo en obras buenas, y por eso
terminaron comparándose con la higuera. Es decir, la maldición de la higuera en
realidad encierra una condena o reprobación contra el pueblo de Israel”.
Resulta
interesante en este caso una lectura que encierra la complejidad de las
parábolas con las cuales se abrió camino el nazareno entre sus hermanos. El
hambre de Jesús simboliza sus ansias por hallar frutos en una institución que
se había vuelto vacía e inútil. Que no fuera tiempo de higos es una ironía
hacia un organismo que se creía con derecho a tener temporadas infecundas,
y sobre todo que se hubiera secado “de raíz” representa la ineficacia total
de esa antigua institución judía.
Sin
embargo, si Jesús intuía que Israel como institución se había vuelto vacía e
inútil ¿porqué buscar sus frutos? ¿acaso la doctrina que pregonaba –y buscaba– el salvador no era antagónica al modelo
existente? ¿por qué entonces aferrarse precisamente allí donde todo era
irremediablemente infecundo?
A
veces pienso que se trató de una aseveración, simbólicamente Cristo buscó el
árbol sabiendo que no iba a dar fruto, y lo maldijo públicamente, y lo secó,
para que entre sus apósteles se cumpliera la sentencia. Sin embargo, según las
escrituras, el Dios de Israel era el “padre” de Jesús, si la higuera
simbolizaba el pueblo judío, entonces Dios como representante estaba ausente de
dicha tierra. Otra opción es suponer que Jesús quiso demostrar que algo nuevo
debía suceder, incluyendo la idea misma
de Dios, y arrancar de raíz el símbolo histórico iniciaba de algún modo su
reino político y espiritual.
En ocasiones ocurre, alguien que necesita de la fe, sube las escaleras de una iglesia
buscando respuestas dentro del recinto, no se sabe si respuestas teológicas o
de carácter filosófico, pero entonces la puerta de entrada –porque
ya es la hora– se cierra en la cara sin permitir el paso. Allí se debería
saber, si acaso es pertinente la lectura, que en aquel sitio no pueden
encontrar la respuesta, y entonces solo queda bajar las escaleras y seguir
caminando.
Nota: el poema pertenece al libro "un arte callado", de
Joaquín Giannuzzi [Buenos Aires: Ediciones del Dock, 2008]