sábado, 30 de enero de 2010

La trampa del poema

Alguna vez escribí esta carta a una poetisa:

A veces pienso que en nuestros corazones ya sabemos cuán difícil es el camino que estamos recorriendo, no nos bastan los versos, la poesía en cierto modo nos tendió una trampa, nos hizo ver que es necesario el descenso para alcanzar la verdad, para vislumbrar siquiera un absoluto que nos permita discernimiento, calma, luminosa ebriedad, ahora se que es preciso ir hacia atrás, estudiar toda métrica, todo volcánico origen, toda compleja estructura...

A veces pienso que ya sabemos a lo que estamos renunciando, y nos duele, porque tal vez este camino que elegimos no nos lleve a buen puerto…

Después la carta continuaba, no importa adonde, pretendo una reescritura de un hecho vencido. Solo pienso si escribir poesía no permite otra cosa que tornar clarividente, mediante abstracciones y alegorías, aquello que sedimenta el plano de la cotidianidad, tornando obtuso el sendero de la rutina. Se ve porque es preciso hacerlo, otros seguramente inclinarán su extrañeza aceptando la triste pared que levantaron con sus propios sentidos. 

Es probable que lo doloroso resulte situarnos fatigosamente en aquella obra que prometimos a nuestros semejantes y que todavía no cumplimos, porque ¿de qué nos servirían estos penosos senderos, y estos silencios que nos excluyen, y esta agonía que no es nuestra, si no pudiéramos, al final del camino, reposar en el horizonte de nuestra propio cansancio, y encontrar que al menos estuvimos erguidos en el poema, sosteniendo una lumbre en la noche fría?.

Si pudiéramos cambiar nuestras naturalezas, y de ese modo abrazar el regocijo y recorrer indefinidamente el blando desfile de la vida aparente, pero no, sean como fueren nuestras naturalezas debemos aceptarlas, dejar que los lobos aúllen, bajo una lluvia sin nombre, añorando una silla de mimbre en un horizonte de sal.


miércoles, 27 de enero de 2010

Sobre lo que se frecuenta

Creo, en todo momento, que resulta esencial contener nuestro desasosiego, no como una esclusa desmedida y arbitraria, sino para modelar los contornos de una opacidad, subjetividad que cabe en una copa áurea, nuestra propia e inabarcable inmediatez.

Es preciso aunar lo aullado…

En estos últimos tiempos percibo planos de una fragmentación que acabará por incomunicarnos, si seguimos esta cultura de habitar certezas en nuestras propias interioridades, sin abrirnos a las verdades de los otros. Hablo de una apertura y de una propuesta, de generar profundidades concéntricas en contextos disruptivos, acaso un modo de fugar en espiral, un desarraigo movido por inquietud, por tarea oscura, esos sentidos primarán.

Por lo pronto, pareciera que toda conjetura es tejida en plural, los vientos arremolinan las doctrinas.


domingo, 24 de enero de 2010

Las imbricaciones del poema

Hace poco escribí algo sobre las imbricaciones, se las transmití a un viejo amigo bajo la forma de noctámbulos versos y me respondió como quien, acaso sin saberlo, otorga luminoso nacimiento a una tertulia. Mi amigo Rafael, para quien ciertas palabras, por no ser de uso diario en el lenguaje coloquial, suelen desvanecerse en su prosaica significación, consideró pertinente desempolvar un viejo diccionario kapelusz para ir a la raíz del término, que decía:

“Yuxtaposición de tejas, planchas, escamas de peces u otras cosas, dispuestas en forma tal que cada una cubra parcialmente a la otra”.

Me pregunto si todo poema no es más que una persistente imbricación propio de un desbrozar prosaico de nuestro yo más profundo. Insistencia que labrará en la opacidad sus frutos más dulces y más amargos. Me pregunto algo que solo tiene asidero en los extraños mecanismos de la creación, de ahí resulta que las respuestas nunca podrán ser lineales, se abrirán como paneles de abejas, se circunscribirán en lo abyecto y se bifurcarán bajo soles anaranjados, después de eso queda el más absoluto silencio. Volver atrás o tornarnos un puente donde posar nuestra melancólica contemplación.

A veces, lo que empieza como la búsqueda de respuestas a preguntas nunca formuladas, termina implicando una evasión sórdida que agrega nuevas imbricaciones a los ya impenetrables desvaríos de nuestra flamígera subjetividad.

Tal vez, la tesitura de un vidente se encuentre habitada de imbricaciones, no queda otra cosa que desbrozar cada capa, hasta hallar algo, que no es posible nombrar, es una forma de evasión que habilita seguir cursando el inevitable ejercicio de una construcción.

A veces es un párrafo, a veces la antesala de un laberinto.

Siempre estamos solos.


viernes, 22 de enero de 2010

Catulo

Cátulo, un poeta nacido probablemente en el 87 antes de Cristo, vivió treinta años, su patria fue Verona (certifican esta aseveración testimonios de Ovidio, Marcial y Jerónimo), Catulo, quien introduce en la elegía el rasgo autobiográfico e intimista no frecuentado por sus congéneres.

No arrojaré en estas orillas las teorías de historiadores, linguistas y traductores con respecto a la unidad temática de su obra, si ha escrito un solo libro o la mezcla de varios, me referiré a lo que prevalece, sin recaer en dísticos elegíacos o los diversos tipos de yambos recurrentes que habitaron al poeta, solo sus poemas, y que la lira nos acompañe...

Vivamos, Lesbia mía, y amemos, y las habladurías de esos viejos tan rectos,

todas, valorémoslas en un solo as (1). Los soles pueden morir y renacer: nosotros, en

cuanto la efímera luz se apague, habremos de dormir una noche eterna.

Dame mil besos, luego cien, luego otros mil, luego cien una vez más, luego sin

parar otros mil, luego cien, luego, cuando hayamos hecho muchos miles, los

revolveremos para no saberlos o para que nadie con mala intención pueda mirarnos de

través (2), cuando sepa que es tan grande el número de besos.

1.- Moneda de bajo valor

2.- Los romanos creían en el mal de ojo; si alguien conocía el número de las cosas (como aquí el de los besos), podía, por envidia, causar dicho mal.

Estas notas y referencias fueron tomadas del libro Catulli Carmina (traducción de Rosario Gonzalez Galicia).

Se conjetura que muchos de sus versos, dirigidos a la misteriosa Lesbia (llamada Clodia, sensual y disoluta) se cuentan entre las expresiones más sentidas de la literatura romana.

Imagino al poeta en las gradas públicas, mientras un viento deja ver las desnudas piernas de su amante, cuando todo lo que tenían por delante era cielo, murmullos y deseo.

¿Qué habrá sido de Lesbia al envejecer? el poeta le ofrendo sus uvas más dulces y más amargas ¿qué queda por discernir, en esos vericuetos de la pasión, cuando los días se convierten en años y los años en siglos?

Tal vez una morada gastada por el tiempo, el viento entrando en una ventana, un pasillo de mosaicos en el jardín descuidado, un vestido blanco resplandeciente, no más que eso.


viernes, 15 de enero de 2010

Un poema de Hesse...

El estío, cansado, inclina la cabeza

para verse surgir, amarillo, del lago.

Hago mi camino cansado y polvoriento

por las alamedas en penumbra.

El viento titubea y corre entre los álamos.

A mis espaldas, el cielo empieza a enrojecer.

Delante de mí tengo el miedo de la noche.

Y crepúsculo. Y muerte.

Hago mi camino cansado y polvoriento,

y detenida y dudosa queda tras de mí

la juventud, que baja su hermosa cabeza

y se niega a acompañarme.

Huida de la juventud, Hermann Hesse

Vuelvo sobre el paso del tiempo, ese incólume, detenido mientras a mi lado resplandecen los hermosos fulgores. Me gustaría leer dentro de algunos años sobre los desvaríos de quienes hoy transcriben sus desolados versos en plataformas virtuales, ver en qué se convirtieron sus ideas, cuanta altura alcanzaron sus teorías literarias, cuan pronto declinaron sus álgidas conjeturas, “desolados versos” nacidos en vaya a saberse qué oscura quietud de pantalla quieta, el extraño presentimiento de compartir similitudes sin saber dónde concebir un parámetro, nombres que acaso representan una ficción, rostros duplicados por la necesidad de expresión, y el temor a ser descubiertos, ironías que no ocuparan mucho tiempo un lugar en las impertérritas cadenas de mensajes.

Me evado.

Me ocupan estos versos…

"la juventud, que baja su hermosa cabeza

y se niega a acompañarme"

aún siento que no me dispensa mirada alguna aquel rostro, de algún modo, es la tranquera abierta en medio de un campo blanco, la nube oscuramente gris que se avecina.


domingo, 10 de enero de 2010

Relaciones

Todo se encuentra en relación, esta aseveración no deja de despreocuparme infinitamente, pero aun así suelo analizar las causalidades y las eventuales ambivalencias que estas paradojas causan. Desde el punto de vista de la creación, esta disyuntiva probablemente permita enhebrar disrupciones desde la abstracción, buscar en intersticios profundos la concepción de lo inaudito, el conjuro de un postulado ceniciento, sin detenernos en el posible quebrantamiento de los opuestos. Ocurre con las noticias diarias, ocurre con lo eventual y lo rutinario (ese bálsamo feroz de todo aquello que anestesia por acumulación de sedimentos).

En este trance separemos a las teorías, si no hay un cuerpo detrás las teorías pueden condenarnos al oprobio y la falsedad, así descuidamos las expresiones del pensamiento, y el lenguaje se bastardea, motivado por los entornos, los contextos y las territorialidades. Aquello escarbado entre malezas sin un norte que sirva de guía.

Salir de la estructura, por lo pronto, sería una saludable tarea.


viernes, 8 de enero de 2010

La verdadera vida no es literatura

Una vez me escribieron que “la verdadera vida no es literatura”, y aunque lo he meditado consideré que aquellas líneas, practicadas en tiempo y espacio, podían evitar convertir mi existencia en un capítulo literario, allí donde el que escribe, tal vez difusamente, comienza a perderse en “un túnel sin amor, y con todos los fantasmas de la autocompasión”.

Realmente he tratado de evitar empantanarme en esos lugares, donde el egoísmo puede provocar desamor, despertando tarde en el tiempo equivocado, el de un hombre que nunca estuvo despierto, el de un poeta que dejó de escribir.

Sin embargo, eliminé todas las antorchas de esos escenarios, provisto de una inquietud que era a la vez un salvaje desinterés por las desarticulaciones que puedan forjarse en literatura.

Lo demás, el día y sus gentes, son extraños a la osamenta.


sábado, 2 de enero de 2010

Epistemología de la complejidad


Me gustan las correspondencias literarias, en épocas ulteriores sostuve algunas, me pareció interesante, sin involucrar nombres ni personas, extractar algunas ideas compartidas con desconocidos poetas.
Esta carta se tituló “Epistemología de la complejidad”…

El abordaje en cuestión entraña diferentes planos interdisciplinarios, lo traslado al poema para intentar esclarecer mecanismos de complejidad que bien podrían iluminar de modo lícito el terreno de la creación literaria, es cuando menos una teoría que encadena sucesos de cierta complejidad provocando hechos involuntarios.
Epistemología de la complejidad en donde toda mácula bebe de una oscura interrelación con lo abstracto, una parte esta en el todo y el todo en una parte, allí el cosmos es producto del caos y del desorden, así aplicado el tema puede reducirse a la problemática de la globalización y la política, llevando las aguas hacia terrenos propios de la sociología, pero eso no importa, traslademos esta doctrina al poema o al acto de escribir poesía en un momento de trance, y tal vez podamos advertir una cosmología cuyas fuerzas dinámicas provocan la escritura, serían leyes invisibles que gobiernan el estado creativo, un lugar en donde todo es posible.
Lo probable es que solo sea una conjetura propia de quien ve círculos mientras piensa en esferas, ahí desovillo algo:
intentar hacer de todos los círculos una esfera.

Cultura de peyote tal vez, trance del chamán o desarraigo de un anestesiado con vocación de profeta.
Quien sabe.