No puedo evitar pronunciarme sobre el descenso en el momento de escribir poesía, es alegórico, como cuando bajamos a nuestro inevitable infierno, la penumbra de nuestro más profundo yo, la imagen que un espejo devuelve en el más absoluto de los escarnios…
Y cómo solemos proteger tal agonía que termina resultando nuestro más preciado tesoro. De esto han sabido dar cuenta los llamados poetas malditos.
Alguna vez Artaud dijo lo siguiente: “nadie escribe más que para salir de su propio infierno”.En ocasiones, la vida familiar y las rutinas laborales nos alejan de esos estados. Entonces queda detrás el camino del Dante, las videncias de Rimbaud, la fe de Dylan Thomas.
Entonces dejamos de escribir y nos queda, al
menos, el consuelo de leer lo que otros recorrieron, en pagano desaliento.
¿Hace cuánto que no decimos “ese hombre estuvo en el infierno”?
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