Según Picasso, “el papel de la pintura no es pintar el movimiento, poner la realidad
en movimiento. Su papel, para mí, es el de detener el movimiento”.
Y a continuación se explica:
“Para detener la imagen hay que ir más lejos que el movimiento. De lo contrario se corre detrás de él. Para mí, solo en ese momento se capta la realidad.”
Siguiendo este derrotero, y aventurando otras distancias, los poetas irían tras sus musas, volviéndose videntes, para detener el movimiento de sus propias imprecisiones. Fijar un instante, en el momento en que lo percibido cruza un umbral, y entonces pintar, lo más pronto posible, esa fugacidad que es a la vez un aullido, una evocación.
La poesía sería entonces la captación de esa fuga, tal vez habitada por el esplendor o la opacidad, o como vaticinó Arthur Rimbaud “la poesía no ritmará más la acción: estará adelante”.
llegar a lo desconocido, tal como lo supo el de las suelas de viento.
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