jueves, 4 de junio de 2009

Rimbaud

“No he hecho el mal, los días me serán ligeros, el arrepentimiento me será ahorrado”

 Hago una deconstrucción de lo aparente, edito sobre lo editado y todo por suponer que puedo opinar en torno a Arthur Rimbaud. Ahora es de noche, y lo único con lo que cuento es con el mero artificio de la palabra, discernir sobre su obra, lo que intentó decir, aquello que hizo en África…

Eliseo Subiela dijo alguna vez que filmaba preguntas, es acertado concebir de este modo todo intento artístico que consiste en desmenuzar un tránsito, allí donde la subjetividad de un vidente trasunta lo arrancado de todo hecho estético, para tornar literatura el trasfondo del alma humana.

Solo tengo interrogantes, desvaríos e inevitables puntos suspensivos para intentar siquiera conjeturar lo inaudito de este poeta, su poderosa videncia profética: “volveré con los miembros de hierro, la piel sombría, el ojo furioso: se me juzgará, por mi máscara, de raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y brutal. Las mujeres cuidan esos atroces inválidos a la vuelta de los países cálidos”…

Nunca podré alcanzar el atardecer en el cual se posó, lejos en su infancia, la vez que contempló hasta el éxtasis un barquito de papel en un estanque, aquel barco ebrio que deslumbraría a Verlaine. Me detengo en este hecho, ya que algunos han proferido que en aquel estanque se originó el vórtice de su infierno, el que lo llevó a lo hondo y a lo oculto. Estoy hablando de un hecho circunstancial, y formulando un desvarío, pero creo, mientras el delirio ganaba terreno y su voluntad lentamente declinaba en un hospital de Marsella, que probablemente aquel barco en aquella agua quieta lo haya visitado, y juntos emprendieron el último viaje, como el titiritero con su oscuro títere, quien sabe.

Este poeta, a fines del siglo XIX, en algún rincón de Francia, ha visto lo que nosotros creímos ver. Aquel que profería aullidos seguirá partiendo en dos a la poesía, cada vez que alguien se tome el absurdo trabajo de analizar lo que hizo, de intentar vanamente comprenderlo, aquel que le ha sido lícito poseer la verdad en un alma y un cuerpo.


2 comentarios:

  1. Sumamente interesante y profundo.
    Te felicito por el blog. Lo agrego a favoritos.

    Saludos,
    Demasto,
    http://demasto.blogspot.com

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  2. Devuelvo la gentileza Demasto
    y que siga habiendo espacios para la poesía

    Saludos del espantajo

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