Cansado del amargo reposo donde ofende
mi pereza una gloria por la que huí antaño
de la infancia adorable de los bosques de rosas
bajo azul natural, cansado siete veces
del exigente pacto de cavar por velada
de mi propio cerebro,
de la esterilidad cruel sepulturero
¿Qué decirle a esta Aurora, oh Sueños, visitado
por las rosas, con miedo de las lívidas,
cuando junte el extenso osario los vacuos agujeros?...
Stéphane Mallarmé
Bastan estos versos para entender un paraje donde lo pueril del discernimiento se posa, lejos de lo extasiado, a la hora fatua de las falsas quietudes, donde la remembranza no entiende de poesía. Así añoramos a veces la perfecta quietud, pero no es esto de lo que habla el poema, es otro estado de inmovilidad, es algo levemente transitorio que ocurre mientras la obra declina.
El poema ubica a un poeta que ocasionalmente observa su propio crepúsculo, y tal vez lo desprecia, inclinándose hacia la mesa de los mendrugos, devorados con desdén.
Seguramente después la noche le entregará sus nocturnos soliloquios.
Vaya a saberse porque traje a la mesa estos versos de Mallarmé, quizás me otorguen augustas respuestas para la aurora.
Leves fulgores de mi amargo reposo...
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