jueves, 3 de septiembre de 2009

La carta del vidente


¿Por qué no admitir que una gallina ponga un trasatlántico, si creemos en la existencia de Rimbaud, sabio, vidente y poeta a los 12 años?
Oliverio Girondo

he resuelto darle una hora de nueva literatura…”
Así comenzaba Arthur Rimbaud su célebre carta del vidente, dirigida ha Paul Demeney el 15 de mayo de 1871 en Charleville, Francia.
Aún me sigue asombrando que esta carta –terrible por lo inaudita, proverbialmente soberbia– arrojó al vacío un pensamiento en estado de verdadera eclosión.
La carta comienza por un análisis severo injuriando aquellas acciones que enmohecieron la poesía, legitimando en el porvenir de la literatura la antigua poesía griega. Luego defenestra, ahorrándonos con su escupida perder el tiempo en saborear eventuales fósiles, un listado de autores correspondientes al movimiento romántico. Creo que es preciso detenerse en este apartado, Rimbaud asevera que no se ha juzgado nunca de modo correcto al romanticismo, la vara analítica que utilizó se encontró imbuida de un carácter dogmático simbolizado en la frase “yo es otro” (interesante el ardiente contexto subjetivo, desestimando con soberbia el paradigma del hombre no cultivado que intenta vanamente utilizar un discernimiento académico en torno a una estética literaria). Posteriormente mencionará en el texto una de las célebres frases que reforzará lo anteriormente planteado:
digo que es preciso ser vidente, hacerse vidente…”
En todo este asunto es inevitable el propio conocimiento interior ¿cuántas veces, al leer la inmortal frase heredada por Sócrates “conócete a ti mismo” nos hemos detenido a medir conscientemente el alcance de nuestra alma? “palpar el alma, comprenderla, cultivarla” es evidente que el poeta lo ha logrado, su obra hubiera sido imposible de no haber descendido hasta lo profundo de su propio infierno, en ese sentido, la traducción francesa fortalece la penumbra de este pensamiento: Une Saison en enfer significa “una temporada en infierno” que es algo así como decir una temporada “en estado de infierno”, el artículo agregado en traducciones posteriores fortaleció la idea de lugar pero probablemente le quitó significado.
Sigo. Luego de un intervalo un segundo salmo intercalado en el texto y allí otra idea candente “el poeta es realmente un ladrón de fuego”. Si involucráramos en el análisis las ideas de Heráclito podríamos vincular una mutación entre lo creado y lo “robado”, del fuego se crea lo uniforme si lo que el poeta trae desde algún tránsito es uniforme, estas lucubraciones son relevantes en el proceso de creación, originan un vórtice calcinado desde donde surge lo que no se comprende.
Pero veamos lo que sigue: “esperando esto solicitaremos a los poetas lo nuevo, ideas y formas”.
Aquí me detengo.
No puedo ni pretendo abarcar otros subterfugios de la literatura, me basta este, escrito por un adolescente francés en pleno siglo XIX. Feroz y amargo trago que le corresponde beber a la poesía:
!ser videntes! y que reviente en su salto lo que no se nombra.
A veces hemos profanado sin culpa los arrebatos del horizonte poético, y al encontrar incomprensión sepultamos con tristeza nuestras herméticas ilusiones ¿lo hemos desbrozado? ¿lo hemos razonado entre los miles de blogs que arden apagados y dispersos por el mundo?
Sabemos quienes de nosotros ha hecho un Rolla, quien ha escrito un Rolla, esto es perceptible de comprobar en el mundo académico, vale decir que algunos probablemente hayan muerto al hacerlo, solo que no se han dado cuenta: "escribiendo visiones detrás de la gasa de las cortinas", esto sigue sucediendo: generaciones idiotas alimentando el fuego de una creación que no se comprende más allá de afirmar cuán "profunda" y "oscura" resulta la obra, haciendo relecturas de viejos esqueletos acumulados en los rincones de las antologías literarias...
La lectura consciente de esta carta de Rimbaud provoca esta eclosión en la mirada, me evade de una realidad calcinada arrastrándome donde no sé qué hallar. Sobre el final de la carta declama nuevamente: "las invenciones de lo desconocido reclaman formas nuevas".
¿Qué ha sido de los poetas simbolistas? algunos han llegado hasta lo inaudito, observaron con desprecio las corrientes literarias y los análisis académicos, se dejaron caer donde moraba lo inabarcado y lo caótico pero pocos como Rimbaud inventaron lo desconocido. He ahí un postulado: conocer el alma y cultivarla, irrumpir desde lo despedazado, hallar lo que no se comprende (no por nada lo reitero, siempre volveré a este recóndito abandonado a comer de los mendrugos, y sin embargo me extasiaré).
¿Hemos visto desde entonces formas nuevas? ¿las hemos hilvanado?.
Hacia allí quiero llevar mis pies descalzos, y hago mías sus palabras finales:
"Así, yo trabajo para volverme un vidente, y terminemos todos por un canto piadoso".

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