Un matemático, teniendo como dato la velocidad
de giro de una sirena (cuánto tarda en completar una vuelta sobre sí misma), la
cantidad de kilómetros de una ruta o camino, y la velocidad del vehículo en ese
momento, podría dilucidar, sin margen de error, en qué exacto lugar de nuestro
cuerpo esa luz giratoria reflejará de lleno nuestro rostro cuando ese vehículo
pase a nuestro lado.
Esa acción, propia de ser ejecutable en las denominadas ciencias duras, se llamaría en literatura lo que Rimbaud ha expresado como “fijar un vértigo”.
Captar ese estado es perceptible, explorarlo
puede llevarnos a conjeturar posibles horizontes mediante una serie de algoritmos.
Detrás de todo esto siempre habrá una arquitectura, columnas invisibles
sosteniendo una imagen poblada de niebla.
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