Están entre nosotros, adoptan una identidad,
un seudónimo que algo dice de su contexto subjetivo, y ladran, vociferan,
incendian soledades atacando desde el verbo hasta el entrecomillado más
austero. Frecuentan foros, habitan celdas virtuales de colores y sonidos, en
ocasiones lanzan consignas que bien podrían engalanar las propuestas literarias
de algún amarillento periódico. Cuchillos que trazan círculos, voces que se
levantan del tedio, la soledad o el desasosiego, construyen subjetividades
desde lugares próximos, donde todo puede estar embadurnado, tergiversado o
abigarrado, cada cual según la óptica en la cual se formó, cada quién según su
dogma, su sistema de pensamiento.
Me he llegado a preguntar si algún fantasma ha recogido esos mendrugos...
Algún día, la música mala de un texto escarlata
tendrá acordes de un día frecuentado, lo descubriremos como quien tamiza
ecuaciones buscando algoritmos que resuelvan un problema, encontrando el
cántaro donde corre el agua de las páginas escuetas.
Probablemente, aquella arquitectura fraguada en hora nocturna e iniciada por múltiples voces, proseguirá su andamiaje en el sereno análisis de algún lector, lejos de farolas incandescentes y frases mutiladas.
Y no podremos decir que algo tuvimos que ver con esos aullidos.
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